(Hermann
Hesse, “El viandante”)
“Un
árbol dice: “En mi vida se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy
vida de la vida eterna. Única es la tentativa y la creación que en mí ha osado
la Madre Eterna. Única es mi forma y únicas las vetas de mi piel, único el jugo
más insignificante de las hojas de mi copa y la más pequeña cicatriz de mi
corona. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis muescas singulares”.
Un
árbol dice: “Mi fuerza es la confianza; no sé nada de mis padres, no sé nada de
los miles de retoños que todos los años brotan de mí. Vivo hasta el fin el
secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Confío en que Dios está en
mí, confío en que mi tarea es sagrada y vivo de esta confianza”.
Los
árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida
más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les
escuchemos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez
y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquiere una alegría sin
precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un
árbol. No desea ser más que lo que es”.
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