28 de febrero de 2017

Pierre el viajante



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PIERRE CLASTRES
La Sociedad Contra El Estado

DE LA TORTURA EN LAS SOCIEDADES PRIMITIVAS   
1.- LA LEY LA ESCRITURA  

La dureza de la ley, nadie la puede ignorar. Dura lex sed lex. Según las épocas y las sociedades se inventaron diversos medios para mantener fresca en la memoria esta dureza. En nuestra civilización la más simple y reciente fue la generalización de la escuela, gratuita y obligatoria. Desde el momento en que la educación se imponía como universal, ya nadie podía sin mentir -sin transgresión- argüir su ignorancia. Ya que, dura como es, la ley es al mismo tiempo escritura. La escritura es para la ley, la ley habita la escritura; y conocer una es ya no poder desconocerla otra. Toda ley es, pues, escrita, toda escritura es índice de ley. Todos los grandes déspotas que jalonan la historia nos lo enseñan, todos los reyes, emperadores, faraones, todos los Soles que supieron imponer su Ley a los pueblos: siempre y en todo lugar la escritura vuelta a inventar señala de partida el poder de la ley, grabada sobre piedra, pintada sobre las cortezas, dibujada sobre los papiros. Incluso los quipu de los Incas pueden considerarse escritura. Las cuerdas anudadas, lejos de considerarse como simples medios nemotécnicos de contabilidad, eran primeramente, necesariamente, una escritura que afirmaba la legitimidad imperial, y el terror que ella debía inspirar.   

2.- LA ESCRITURA EL CUERPO  

Tal o cual obra literaria puede enseñarnos que la ley encuentra espacios inesperados en los que inscribirse. El oficial de la Colonie pénitentiaire explica en detalle al viajero el funcionamiento de la máquina para escribir la ley:  

"Nuestra sentencia no es severa. Se graba simplemente, con ayuda del rastrillo, el párrafo violado sobre la piel del culpable. Se escribirá por ejemplo, sobre el cuerpo de este condenado y el oficial indicaba al hombre-: “Respeta a tu superior”.  

Y al viajero, sorprendido de saber que el condenado ignora la sentencia que le afecta, responde el oficial juiciosamente:   

                                               
"Sería inútil hacérsela saber ya que va a aprenderla sobre su cuerpo”.  

Y más adelante:  

"Usted ha visto que no es fácil leer esta escritura con los ojos; y bien, el hombre la descifra con sus llagas. Es ciertamente un gran trabajo: necesita seis horas para terminar”.  

Kafka designa aquí al cuerpo como superficie de escritura, como superficie apta para recibir el texto legible de la ley.  

Y si se objeta la imposibilidad de llevar al plano de los hechos sociales lo que es solo imaginería de escritor, podremos responder que el delirio kafkiano aparece más bien anticipándose y que la ficción literaria anuncia la más contemporánea realidad. El testimonio de Martchenko ilustra sobriamente la triple alianza, adivinada por Kafka, entre la ley, la escritura y el cuerpo:  

Entonces nacen los tatuajes.  

Conocí a dos antiguos de derecho común que llegaron a ser “políticos”; uno respondía al sobrenombre de Moussa, el otro al de Mazaí. Tenían la frente, las mejillas tatuadas: “Comunistas-Verdugos”, “Los comunistas chupan la sangre del pueblo”. Más tarde había de encontrar muchos deportados que llevaban máximas semejantes grabadas sobre sus rostros. Muy a menudo en toda su frente se leía en gruesas letras: “ESCLAVOS DE KHROUTCHTCHEV”, “ESCLAVO DEL P. C. U. S”. 

Pero algo, en la realidad de los campos de la U. R. S. S. en el curso del decenio 60-70), supera la misma ficción de la colonia penitenciaria. Es que aquí el sistema de la ley necesita una máquina para escribir el texto sobre el cuerpo del prisionero que soporta la prueba pasivamente, mientras que, en el campo real, la triple alianza, llevada a su extremo de unidad, determina la abolición de la misma máquina: o más bien, es el mismo prisionero que se transforma en máquina de escribir la ley, y que la inscribe sobre su propio cuerpo. En las colonias penitenciarias de Moldavia, la dureza de la ley encuentra su enunciación en el mismo cuerpo, en la misma mano del culpable-víctima. Se ha alcanzado el límite, el prisionero está absolutamente fuera de la ley: su cuerpo escrito lo dice.   

3.- EL CUERPO EL RITO 

Numerosas sociedades primitivas marcan la importancia que otorgan a la entrada de los jóvenes en la edad adulta por la institución de los ritos llamados de pasaje. Estos rituales de iniciación constituyen a menudo un eje esencial en relación con el cual se ordena en su totalidad la vida social y religiosa de la comunidad. Ahora bien, casi siempre el rito iniciático pasa por el cuerpo de los iniciados. Es el cuerpo que la sociedad designa inmediatamente como único espacio propicio para llevar el signo de un tiempo,  la huella de un pasaje, la asignación de un destino. ¿A qué secreto inicia el rito que, por un momento, toma completa posesión del cuerpo iniciado? Proximidad, complicidad del cuerpo y del secreto, del cuerpo y de la verdad que revela la iniciación: reconocer eso conduce a precisar la interrogación. ¿Por qué es necesario que sea el cuerpo individual el punto de reunión del ethos tribal, por qué el secreto sólo puede ser comunicado mediante la operación social del rito sobre el cuerpo de los jóvenes? El cuerpo mediatiza la adquisición de un saber, ese saber se inscribe sobre el cuerpo. Naturaleza de ese haber transmitido por el rito, función del cuerpo en el desarrollo del rito: doble cuestión en la que se resuelve la del sentido de la iniciación. 


                                               
4.- EL RITO DE LA TORTURA  

"Oh! horribile visu, et mirabile dictu. Gracias a Dios terminó, y voy a poder contarles todo lo que he visto”.  

George Catlin acaba de asistir, durante cuatro días, a la gran ceremonia anual de los Indios mandan. En la descripción que ofrece, como en los dibujos que la ilustran -ejemplares de finura, el testimonio no puede dejar de decir, a pesar de la admiración que siente por esos grandes guerreros de los Llanos, su miedo y su horror frente al espectáculo del rito. Si bien el ceremonial es toma de posesión del cuerpo por la sociedad, ésta no se apodera de él de cualquier modo: casi constantemente, y es lo que aterroriza a Catlin, el ritual somete el cuerpo a la tortura:  

"Uno por uno, los jóvenes ya marcados por cuatro días de ayuno absoluto y tres noches sin sueño, avanzaron hacia sus verdugos. Había llegado la hora”.  

Hoyos perforados en el cuerpo, púas pasadas por las heridas, colgadura, amputación, la última carrera, carnes destrozadas: los recursos de la crueldad parecen inagotables. Y sin embargo: 
"La impasibilidad, diría incluso la serenidad con que esos jóvenes soportaban su martirio era aún más extraordinaria que el mismo suplicio. Algunos incluso, al darse cuenta que yo dibujaba, llegaron a mirarme a los ojos y a sonreír, mientras que al escuchar como el cuchillo chirriaba en la carne, yo no podía retener mis lágrimas”.   De una a otra tribu, de una a otra región, las técnicas, los medios, los objetivos explícitamente afirmados de la crueldad varían; pero al fin permanece igual: hay que hacer sufrir. Nosotros mismos hemos descrito en otra parte la iniciación de los jóvenes guayakí, cuyas espaldas se labran en toda su superficie. El dolor siempre termina por ser insoportable: silenciosamente, el torturado se desmaya. Entre los famosos mbayá-guaycurú del Chaco paraguayo, los jóvenes en edad de ser admitidos en la clase de los guerreros debían también pasar por la prueba del sufrimiento. Con la ayuda de un hueso de jaguar afilado, se les perforaba el pene y otras partes del cuerpo. El precio de la iniciación era allí también el silencio.  

Se podría multiplicar al infinito los ejemplos que nos enseñarían todos una y la misma cosa: en las sociedades primitivas, la tortura es la esencia del ritual de iniciación. ¿Pero esta crueldad impuesta al cuerpo pretende sólo medir la capacidad de resistencia física de los jóvenes, tranquilizar a la sociedad sobre la calidad de sus miembros? ¿Sería el objeto de la tortura en el rito solamente el de proporcionar la ocasión de demostrar un valor individual? Catlin expresa este punto de vista clásico perfectamente: 

"Mi corazón sufrió con tales espectáculos, y me llenaron de asco tan abominables costumbres: pero estoy dispuesto sin embargo, y con todo mi corazón, a excusar a estos Indios, a perdonarles las supersticiones que los conducen a actos de tal salvajismo, por la valentía que demuestran, por su notable poder de resistencia, en una palabra por su estoicismo excepcional”.   Si nos detenemos aquí, nos condenamos a desconocer la función del sufrimiento, a reducir infinitamente el alcance de su apuesta, a olvidar que la tribu enseña con ella algo al individuo.   

                                                
5.- LA TORTURA LA MEMORIA  

Los iniciadores velan para que la intensidad del sufrimiento llegue a su colmo. Un cuchillo de bambú bastaría, entre los guayakí para cortar la piel de los iniciados. Pero no sería suficientemente doloroso. Es necesario, pues, utilizar una piedra, un poco cortante, pero no demasiado, una piedra que, en vez de cortar, desgarre. Por eso, un hombre experto se va a explorar el lecho de ciertos ríos, donde se encuentran estas piedras de tortura.  

Georges Catlin constata entre los mandan una preocupación similar en la intensidad del sufrimiento:  

“...El primer doctor levantaba entre los dedos alrededor de dos centímetros de carne que perforaba de un lado a otro con su cuchillo de escalpar cuidadosamente mellado para hacer más dolorosa la operación”.  

Y del mismo modo que el escarificador guayakí, el chamán mandan tampoco manifiesta ninguna compasión:  

"Los verdugos se aproximaban; examinaban su cuerpo escrupulosamente. Para que el suplicio cesara, era necesario que estuviese, según su expresión, enteramente muerto, es decir, desvanecido”.  

Exactamente en la misma medida en que la iniciación es, indiscutiblemente, una prueba de la valentía personal, ésta se expresa en el silencio que se opone al sufrimiento. Pero luego de la iniciación, y cuando ya se ha olvidado todo sufrimiento, subsiste como excedente, como irrevocable excedente, las huellas que dejan en el cuerpo la operación del cuchillo o de la piedra, las cicatrices de las heridas recibidas. Un hombre iniciado es un hombre marcado. El objetivo de la iniciación, en su momento de tortura, es marcar el cuerpo: en el ritual iniciático la sociedad imprime su sello en el cuerpo de los jóvenes. Ahora bien, una cicatriz, una huella, una marca son imborrables. Inscritas como permanecen, en la profundidad de la piel, ellas testimoniarán siempre, eternamente, que si el dolor sólo puede ser un mal recuerdo, se experimentó sin embargo en el temor y el temblor. La marca es un obstáculo para el olvido, el mismo cuerpo lleva impresas las huellas del recuerdo, el cuerpo es una memoria. 

Pues se trata de no perder la memoria del secreto confiado por la tribu, la memoria de ese saber del que en lo sucesivo son depositarios los iniciados. ¿Qué es lo que ahora saben el joven cazador guayakí, el joven guerrero mandan? La marca señala sin duda su pertenencia al grupo: “Eres de los nuestros, no lo olvidarás.” Las palabras faltan al misionero jesuita Martín Dobrizhoffer para calificar los ritos de los abipones que tatúan cruelmente el rostro de las niñas en el momento de su primera menstruación. Y a una de ellas, que no puede dejar de gemir con la mordedura de las espinas, he aquí lo que grita, furiosa, la mujer que la tortura: 

“¡Basta de insolencia! ¡No eres digna de nuestra raza! ¡Monstruo que no eres capaz de soportar el cosquilleo de la espina! ¿No sabes acaso que perteneces a la raza de los que llevan heridas y se sitúan entre los vencedores? Eres una vergüenza para los tuyos, ¡débil mujercita! Pareces más blanda que el algodón. No hay duda de que morirás soltera. ¿Acaso alguno de nuestros héroes te juzgará digna de unirte a él, miedosa?”  

Y recordemos como, un día de 1963 los guayakíes se cercioraron de la verdadera “nacionalidad” de una joven paraguaya: arrancándole completamente los vestidos descubrieron en los brazos tatuajes tribales. Los blancos la habían capturado en su infancia. 

Medir la resistencia personal, significar una pertenencia social: tales son las dos funciones evidentes de la iniciación como inscripción de marcas en el cuerpo. ¿Pero es verdaderamente todo lo que debe retener la memoria adquirida con el dolor? ¿Hay que pasar realmente por la tortura para recordar siempre el valor del yo y de la conciencia tribal, étnica, nacional? ¿Dónde está el secreto transmitido, dónde el saber revelado?   

6.- LA MEMORIA LA LEY  

El ritual iniciático es una pedagogía que va del grupo al individuo, de la tribu a los jóvenes. Pedagogía de afirmación y no diálogo: es por eso que los iniciados deben permanecer silenciosos bajo la tortura. El que no habla consiente. ¿Qué consienten los jóvenes? Consienten en aceptarla por lo que son en adelante: miembros totales de la comunidad. Nada más, nada menos. Y están irreversiblemente marcados como tales. He aquí el secreto, pues, que el grupo revela, a través de la inclinación, a los jóvenes: “Ustedes son de los nuestros. Cada uno de ustedes es igual a nosotros, cada uno de ustedes es igual a los demás. Llevan el mismo nombre y no cambiarán. Cada uno de ustedes ocupa entre nosotros el mismo espacio y el mismo lugar: lo conservarán. Ninguno de ustedes es menos que nosotros, ninguno de ustedes es más que nosotros. Y no podrán olvidarlo. Incesantemente, las mismas marcas que hemos dejado en los cuerpos les recordarán”. 

O, en otros términos, la sociedad dicta su ley a sus miembros, inscribe el texto de la ley en la superficie del cuerpo. Porque la ley que funda la vida social de la tribu, nadie puede olvidarla.  

En el siglo XVI, decían los primeros cronistas, a propósito de los indios brasileños, que eran gente sin fe, sin rey, sin ley. Ciertamente, esas tribus ignoraban la dura ley de división, la que en una sociedad dividida impone el poder de algunos sobre todo el resto. Esa ley, ley de rey, ley del Estado, es ignorada por los mandan, los guaycurús, los guayakís y los abipones. La ley que ellos aprenden a conocer en el dolor es la ley de la sociedad primitiva que le dice a cada uno: Tú no vales menos que otro, tú no vales más que otro. La ley inscrita en el cuerpo, señala el rechazo de la sociedad primitiva a correr el riesgo de la división, el riesgo de un poder separado de ella misma, de un poder que se le escaparía. La ley primitiva, cruelmente enseñada, es una prohibición de la desigualdad, de la que cada uno guardará memoria. Siendo la misma substancia del grupo, la ley primitiva se hace substancia del individuo, voluntad personal de cumplir la ley. Escuchemos una vez más a George Catlin:  

“Aquel día parecía que una de las rondas no terminaría jamás. Por más que se arrastraba indefinidamente a un desgraciado que llevaba un cráneo de alce enganchado en una pierna, ni la carga caía ni se rompía la carne. Era tal el peligro que corría el pobre muchacho que se levantaron clamores de piedad en la muchedumbre. Pero la ronda continuaba, hasta que el maestro de ceremonias en persona dio orden de detenerse.  

Aquel joven era particularmente hermoso. Recuperó pronto su sentido y no sé cómo le volvieron las fuerzas. Examinó calmadamente su pierna sangrante y desgarrada y la carga enganchada todavía en su carne y luego, con una sonrisa de desafío, se arrastró gateando a través de la muchedumbre que se abría delante de él hasta el Prado (en ningún caso los iniciados tienen derecho a caminar mientras sus miembros no hayan sido liberados de todas sus púas). Logró hacer más de un kilómetro, hasta un lugar alejado donde permaneció solo tres días y tres noches, sin ayuda ni alimento, implorando al Gran Espíritu. Al término de ese lapso, la supuración lo liberó de la púa, y se volvió al pueblo, caminando con las manos y las rodillas, ya que estaba en tal estado de agotamiento que no podía levantarse. Se le curó, se le alimentó y pronto se restableció”. 

¿Qué fuerza impulsaba al joven mandan? Desde luego no la de un afán masoquista, sino el deseo de fidelidad a la ley, la voluntad de ser, ni más ni menos, igual a los demás iniciados. 

Decíamos que toda ley es escrita. He aquí como se reconstruye, de cierto modo, la triple alianza ya reconocida: cuerpo, escritura, ley. Las cicatrices dibujadas en el cuerpo es el texto inscrito de la ley primitiva, es en este sentido una escritura en el cuerpo. Las sociedades primitivas son, dicen con fuerza los autores del Anti-Edipo, sociedades de la marca. Y en esta medida las sociedades primitivas son, efectivamente, sociedades sin escritura, pero en el sentido en que la escritura indica primeramente la ley de división, lejana, despótica, la ley del estado que escriben sobre el cuerpo los codetenidos de Martchenko. Y es precisamente -nunca se insistirá suficientemente en ello- para conjurar esa ley, ley fundadora y garante de la desigualdad, es contra la ley de Estado que se plantea la ley primitiva. Las sociedades arcaicas, sociedades de la marca, son sociedades sin Estado, sociedades contra el Estado. La marca en el cuerpo, igual en todos los cuerpos, enuncia: No tendrás el deseo del poder, no tendrás el deseo de sumisión. Y esta ley de la no división no puede hallar para inscribirse sino un espacio sin división: el cuerpo mismo. 

Profundidad admirable de los salvajes, que de antemano sabían todo eso, y cuidaban, al precio de una terrible crueldad, de evitar el advenimiento de una crueldad aún más aterradora: la ley escrita en el cuerpo es un recuerdo inolvidable.



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Pierre Clastres


[1934 - 1977]


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