Quartär - Cuaternario |
el anterior aguafuerte, pertenece a Bernd Streiter
(nosotros,
los sin patria)
FIEDRICH
NIETZSCHE
La
Gaya Ciencia
[…]
Somos demasiado despreocupados para eso,
demasiado maliciosos, demasiado consentidos, demasiado bien informados,
demasiado «viajados»: preferimos, con mucho, vivir en las montañas, alejados,
«intempestivos», en siglos pasados o por venir, sólo para ahorrarnos con eso la
silenciosa ira a que nos sabríamos condenados como testigos de una política que
vuelve yermo al espíritu alemán, en tanto lo hace vanidoso y es, además, una
política pequeña -¿no necesita ella, para que su propia creación no se
desmorone nuevamente de inmediato, plantarla entre dos odios mortales? ¿No
tiene que querer la perpetuación de los muchos pequeños Estados de Europa?...
Nosotros los sin patria, con respecto a la raza y a la procedencia, somos
demasiado diversos y estamos demasiado mezclados como «hombres modernos», y,
por consiguiente, nos sentimos poco tentados a participar en aquella mendaz
autoadmiración e impudicia de razas que hoy se exhibe en Alemania como signo del
modo de pensar alemán, y que aparece doblemente falsa e indecente entre el
pueblo del «sentido histórico». Para decirlo con una palabra, somos -¡y debe
ser nuestra palabra de honor! -buenos europeos, los herederos de Europa, los
ricos, sobrecargados, pero también ubérrimamente comprometidos herederos de
milenios del espíritu europeo: en cuanto tales, surgidos también del
cristianismo y contrarios a él, y precisamente porque hemos crecido desde él,
porque nuestros antepasados fueron cristianos, de una honestidad sin reservas
del cristianismo, que por su fe estuvieron dispuestos a sacrificar sus bienes y
su sangre, su posición y su patria. Nosotros -hacemos lo mismo. ¿A favor de
qué, sin embargo? ¿A favor de nuestra incredulidad? ¡No, eso lo sabéis vosotros
mejor, amigos míos! El sí oculto en vosotros es más fuerte que todos los no y
tal vez que os enferman junto a vuestro tiempo; y si tenéis que zarpar hacia el
mar, vosotros emigrantes, también os obliga a ello -¡una creencia!....
[… ]
F.N. |
G.B. |
(tentativa
de reconstrucción de un centro perdido)
EL YO MODERNO
Gottfried Benn
ed.
pre – textos, 1999
colección textos y pretextos
Nietzsche, cincuenta
años después(1950)
[…]
Así pues Nietzsche, como hemos
visto, comenzó por ser considerado una impertinencia y un intento de arrojar
fango contra el sol, y acabó siendo exhibido ante los estudiantes de Jena, con
fines de investigación, como caso de parálisis de un docente enajenado. ¿Qué
ocurrió durante estos veinticinco años? ¿Creó Nietzsche un sistema moral o
amoral? No ¿Anunció una filosofía? De ningún modo. Según Nietzsche “la fe en las categorías de la razón es la
causa de la nada” y
“la sinrazón de una cosa no es
una prueba contra su existencia, más bien una condición de la misma” ¿Fundó acaso una escuela?, ¿buscó
y encontró discípulos? No, muy a pesar suyo; “dicha
inquieta en detenerse, inquirir y agradar” escribió, y añadió: amigos, “¡Oh verbo marchito que tiempo atrás
exhaló cual rosa!”.
Durante veinticinco años no perseveró sino en su veracidad: “veraz, así llamo
yo a quien se adentra en yermos sin dioses y despedaza su corazón ávido de
plegarias”. ¿Cuántas cosas había desgarrado ese corazón?
¿Qué había venerado y que había
despedazado este corazón? Nos acercamos a nuestro tema fundamental. Este
corazón redujo a pedazos cuanto se cruzó en su camino: filosofía, filología,
teología, biología, principio de causalidad, política, erotismo, verdad, método
deductivo, ser, principio de identidad. No dejó nada sin hacer trizas, destruyó
contenidos, aniquiló substancias hasta herirse y mutilarse a sí mismo con el
único fin siguiente: hacer centellear las superficies de fractura exponiéndose
a todo peligro y sin cuidarse de las consecuencias: éste era su método. Y este
corazón loaba su quebranto: Todo en mí es mentira”, confiesa el mago en el
Zaratustra; “pero
que yo me quebrante, este quebranto mío es auténtico”. Los contenidos carecían de
sentido, pero su existencia era un
desgarro de su ser íntimo con palabras, una fuerza que pujaba por
expresarse, formular, fascinar, centellear. El tránsito del contenido de la
expresión, la consunción de la sustancia a favor de la expresión representaba
el impulso elemental. “osarlo
todo sólo como tentativa”,
“deshacer el círculo”: tal era la ruptura trascendental
que aquí se consumaba. Del círculo milenario de la verdad y la no verdad, del
principio de no contradicción, de “A es
sólo A”- ¡Oh no, A
puede ser cosas muy diversas!- “aquello
que puede ser pensado, debe ser sin duda una ficción”, A en un aforismo de 1878 es algo
completamente diverso que en un verso de 1880: nos enfrentamos al problema del
“Arte puro”, al “Olimpo
de la apariencia”.
“…¡Ah,
esos griegos! ¡cómo sabían vivir!, para ellos es menester permanecer con osadía
en la superficie, el pliegue, la epidermis, dirigir plegarias a la apariencia,
creer en formar sonidos y palabras, en todo el Olimpo de la apariencia. ¡Esos
griegos eran superficiales: de tanta profundidad!”.
El mundo de la expresión: ¡esa
mediación entre el racionalismo y la nada! Todo lo que era contenido,
substancia, pensamiento o semejaba tal, Nietzsche lo atrajo hacia sí con su
cerebro de pulpo monstruoso, con su naturaleza de pólipo; lo enjugó por encima
con algo de agua marina, azul oscuro, mediterráneo, lo absorbió por debajo de
la piel, lo laceró y pudo verse que no era sino piel; mostró sus superficies de
ruptura y sus heridas y avanzó con ímpetu, se vio arrastrado por la deriva
hacia nuevos mares, por doquier sólo onda y juego. Gracias al libro de Jaspers
resulta evidente que todo lo que en la obra de Nietzsche era filosofía, no era
justo sino filosofía: un pescar y arrojar redes, pero las redes quedaron
vacías. Tampoco pudo encontrar el punto arquimédico
a partir del cual los objetos del pensamiento adquieren trascendencia y
certeza: era imposible, ni siquiera existe. Consideremos por un momento, en lo
que aquí respecta, un caso concreto, la causalidad, el concepto central del
siglo XIX. Leyes de la naturaleza, dice Nietzsche, no son sino “caprichos duraderos”; conocimiento, nos enseña, “ es un medio bello para hundirse en el
ocaso”. No
olvidemos que el concepto de causalidad era un concepto de naturaleza moral
elevada. Exigía pensar bajo imperativos comunes, bajo condiciones verificables,
un método público e intersubjetivo, un pensamiento que albergaba en su interior
una transcendencia de una objetividad físico-química. Esta ciencia moderna ha
hecho avanzar –por paradójico que pueda sonar- la elevada ética de la
convicción, la pureza humana del catolicismo, tras su disolución y
secularización, hasta los umbrales de nuestros días: sólo con nosotros comienza
el mal y la escisión, la voluntad luciferina que ignora toda objetividad.
Nietzsche se sitúa al comienzo de nuestra época. Las discusiones actuales sobre
el azar, los hechos sin causa, la distribución estadística de los errores, que
hoy día juegan un papel tan relevante en todas las investigaciones de la
comunidad científica, son conceptos habituales en la obra de Nietzsche. “Cuidémonos de presuponer, en general y
por doquier, algo con una forma tan lograda como los movimientos cíclicos de
nuestros astros vecinos; ya una mirada a la Vía Láctea sugiere dudas de si allí
no existen movimientos más groseros y contradictorios, si no se dan, por
ejemplo, estrellas con trayectorias rectilíneas y fenómenos similares.” “El
orden astral en el cual vivimos es una excepción. El carácter global del
universo es, por el contrario, caos por toda la eternidad.” “Juzgados
a partir de nuestra razón los tiros fallidos de dados representan ampliamente
la regla.” “Cuidémonos de afirmar que la muerte se
opone a la vida, pues lo viviente es tan sólo una especie de lo muerto y una
especie muy insólita.”
“No existen substancias
duraderas, la materia constituye un error de igual naturaleza que la del dios
de los Eleatas.” “El pensar metódico no es sino “andar
arrastrándose y palpando en derredor como un gusano, es decir, el grado más vil
en la escala del conocimiento”;
“la cabeza limitada del hombre
y de la bestia”,
dice Nietzsche; “¿qué
cosa en nuestro interior aspira realmente a la verdad?” ¿Por qué no, más bien, a la
no-verdad? ¿Y a la incertidumbre?, ¿o incluso a la ignorancia? Y no podía sino
“reponer las fuerzas, de vez
en cuando, en la no-verdad”.
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Studien zu Gottfried Benn-4, Bernd Streiter |