27 de diciembre de 2012

entrada para guarecerse







gato y lluvia
 




El problema ahora
es que hay muchos vigilantes
y pocos locos.
El problema ahora
es que la jaula está
en el interior del pájaro

David Eloy Rodríguez





Preguntas sobre el movimiento 15-M: la experiencia de la derrota
Arturo Borra

Un movimiento social identificado con fechas específicas, ¿no anticipa ya la tarea de ser confinado temporalmente y hacerse previsible, incluso si rebasa el momento en que se constituyó y hace de las apariciones esporádicas una modalidad de su existencia? También el movimiento 15-M (o 25-S o 15-O, entre otros), en las condiciones presentes, ha de luchar para no convertirse en un asunto del pasado o, algo que viene a ser equivalente, para no terminar siendo una práctica residual protagonizada por una minoría de activistas asediados.

No seremos nosotros quienes nos apresuremos a celebrar su ritual fúnebre. La emergencia de este movimiento significó la posibilidad de una revuelta incipiente que, retroactivamente, ha sido sofocada. Si se compara con las protestas populares multitudinarias precedentes, el rodeo del Congreso el 20 de noviembre de 2012 por unos centenares de manifestantes (convocado por la coordinadora 25-S) muestra este giro: el “acontecimiento”, por así decirlo, ha perdido buena parte de su fuerza inicial, al punto de poner de manifiesto un despliegue policial completamente desmesurado. La policía ni siquiera ha tenido que apelar a la brutalidad que la caracteriza.

Lo imprevisible ha sido estabilizado bajo la forma de protestas discontinuas que no sólo no han sido atendidas en lo más mínimo por el gobierno nacional sino que, además, han sido desarticuladas de forma violenta y criminalizadas de distintas maneras. A nivel mediático, a menudo esta estrategia represiva fue planteada como recurso legítimo para “garantizar el estado de derecho” y las críticas al respecto se han centrado de forma tendencial en la actuación policial, tachada a lo sumo de “excesiva”, como si no mantuviera un vínculo orgánico con una cadena jerárquica de mando.

El repliegue involuntario, por lo demás, es evidente: si las acampadas constituyeron un gesto desafiante al orden público establecido, las manifestaciones actuales ya no parecen preocupar en exceso a un gobierno que hace tiempo definió su estrategia al respecto: dar el golpe de gracia “fuera de cámara”, incluso si para ello es necesario violar de forma descarada la escasa “libertad de prensa” que todavía queda, amedrentando a periodistas y confiscando sus materiales de trabajo.

No resulta extraño, pues, que nos preguntemos sobre una posible asimilación sistémica del movimiento 15-M, pensada no ya en términos de inclusión de sus demandas por parte del sistema político y económico vigente, sino por la vía del creciente aislamiento y fragmentación de sus reivindicaciones. El momento entusiasta en que lo “imposible” estaba ocurriendo se ha convertido en la constatación melancólica de las “oportunidades perdidas”. Sin embargo, ni antes fuimos ingenuamente optimistas ni ahora estamos dispuestos a entregarnos a la sabiduría del pesimismo. Precisamente porque percibimos en el movimiento signos de un agotamiento más que nunca necesitamos dar un nuevo impulso a aquello que nace de la rebelión contra un sistema que hay que calificar de criminal sin temor a la hipérbole.

人馬一

Desde una perspectiva popular, el 15-M es probablemente uno de los acontecimientos políticos a nivel nacional más relevantes de las últimas décadas. Como irrupción de un sujeto colectivo heterogéneo, en una escena pública nacional marcada por un bipartidismo autista, rompió el anquilosamiento de la resignación. Confiábamos en que desde la pluralidad de sus líneas de fuerza pudiera elaborarse un proyecto político con capacidad de articular grupos heterogéneos. Lo reclamamos en varias ocasiones, no por encontrarnos ante una supuesta “falta de propuestas”, sino por el contrario, por toparnos con una verdadera explosión de sugerencias e iniciativas de acción. El problema aquí no estuvo nunca ligado a la escasez sino más bien a la sobreabundancia.

De ahí, quizás, lo que a mi entender han sido dos errores estratégicos fundamentales: la dispersión e indefinición de los objetivos de intervención y la multiplicación de apariciones sin confluencia en un frente popular común. En un contexto de creciente control de los participantes del 15-M, ¿no sería mejor centrarse en algunas reivindicaciones que permitan condensar el descontento popular y que sean, al mismo tiempo, imposibles de satisfacer dentro del orden hegemónico? Me temo que nada de ello está ocurriendo. Si desde el principio abogamos por una internacionalización de la revuelta, más bien aconteció lo contrario: la transnacionalización de una estrategia del miedo. En España, la resultante de esta escalada represiva se concretó no sólo en cargas policiales brutales sino también en un proceso de judicialización de la protesta pública que supuso, además de miles de imputados, detenidos y multados, millones de decepcionados.

Si desde el momento de su constitución reconocimos en el 15-M una «indignación» colectiva que reclamaba atención analítica y apoyo activo, quizás ahora debamos señalar el punto muerto en el que se está sumergiendo. El furor de los comienzos, cada vez más, está cediendo su lugar a un ritual rutinario, que apenas nos sacude del letargo por unas horas. El triunfo del miedo está convirtiendo la “primavera española” en un “invierno prolongado”.

El panorama no es alentador: si la marca profunda de este movimiento quizás haya sido, ante todo, la repolitización de diferentes grupos sociales, por otro lado es indudable que este proceso ha sido obstruido, sofocando su potencial subversivo. No es meramente un fracaso; el férreo control mediático y la consolidación de un estado policial son parte determinante de esta nueva derrota histórica en la que el saqueo sistémico sigue su curso indiferente. Los privilegios de casta apenas se han modificado. El orden jurídico vigente ha dado un nuevo giro reaccionario y el desmantelamiento del estado de bienestar y de derechos socioeconómicos básicos continúan su camino sin especiales dificultades. La marcha devastadora del neoconservadurismo ha sido reconducida sin más que modificaciones superficiales: una moratoria para una irrisoria minoría de desahuciados, un probable cambio nominal de los CIE, alguna cosmética para las redadas policiales.

Con ello no quiero sugerir que no estemos en una situación próxima a lo que Gramsci señalaba como «crisis de hegemonía»: en el último año, las protestas públicas no han cesado de multiplicarse inundando la calle de distintos colores. Sin embargo, pese a la gravedad de lo que está ocurriendo, algo no funciona: las mareas no confluyen, las aguas siguen sin confundirse y ningún proyecto político alternativo ha logrado hasta el momento orientar las energías colectivas hacia otra parte. La “agenda de lucha” parece limitarse a unos reclamos sectoriales y, a lo sumo, a unas resistencias fragmentadas ante una ofensiva ideológica y política que tiene un derrotero tan virulento como previsible: despidos masivos en el sector público, privatización de sectores estratégicos del estado (incluyendo el “negocio” de las pensiones y de los servicios de empleo), recortes drásticos del gasto social, consolidación de un sistema fiscal regresivo, incremento de la corrupción estructural y el sistema de prebendas, aumento de las desigualdades sociales y de la pobreza relativa y absoluta, creciente concentración de medios y alineación ideológica, etc.  

La proliferación de conflictos sociales en la actualidad política española no deja mucho margen de duda. Lo que no es claro es si, en una coyuntura como la presente, un movimiento como el 15-M está en condiciones reales de canalizar dichos conflictos en un sentido transformador. No hay indicios de que esté ocurriendo algo semejante, aunque nada invita al sarcasmo. La guardia desengañada que nos prevenía de este supuesto “error” nunca se preocupó de aportar su experiencia de lucha para rectificarlo. La restauración autoritaria del control tampoco les inquietó en lo más mínimo. Es lo que tiene mirar las cosas desde arriba: uno no tiene que pasar por la incomodidad de la experiencia. Pero precisamente porque son nuestras luchas, nuestros deseos de justicia, debemos apostar por la (auto)crítica radical, también hacia un movimiento que amenaza con anquilosarse más allá de sus apariciones públicas efímeras. Lo que hace pocos meses parecía una brecha todavía abierta, ahora parece cerrarse. La indignación, sin embargo, no hace más que aumentar. Habrá que persistir, entonces, en el “error” de seguir buscando construir nuevos caminos, incluso si buena parte de sus trayectos no pudieran ser más que subterráneos.

La constatación es doble: el espectro de una revuelta sigue merodeando las ruinas del presente, pero su encarnación parece otra vez conjurada. Puesto que luchamos contra lo probable, sabíamos que esta asimilación sistémica podía ocurrir, aunque confiábamos que no ocurriera. Lo imprevisible, con todo, sigue latiendo: los antagonismos sociales no dejan de multiplicarse y cada vez más seres humanos son arrojados a los márgenes del capitalismo. No podemos predecir qué haremos como sujeto colectivo ante esta máquina de arrasar vidas.


Construir una salida en la aporía del presente tiene algo de tanteo más o menos lúcido: nunca sabemos cuánto puede resistir un muro hasta que intentamos derrumbarlo. Los resultados a veces son decepcionantes pero nunca definitivos: ninguna derrota desmiente el deseo de cambio sino que señala, más bien, su grado de dificultad. La decepción puede incluso ser aleccionadora. Los muros están ahí y no basta el furor espontáneo de la mañana para su derribo. La memoria de la derrota es una forma de aprendizaje; aprendemos siendo derrotados. Y, en efecto, algo hemos aprendido: también es preciso dinamitar los pilares subjetivos que sostienen esos muros. Sólo puede advenir otro tiempo si se gesta desde el deseo colectivo y se articula en un proyecto en común. Ante la repetición de la dificultad, siempre estará la coartada de la huida, el retorno a la resignación. Sin embargo, ¿qué sería de la posibilidad siempre latente de otra sociedad sin esa voluntad de cambio capaz de sobreponerse a la experiencia de la derrota?


Arturo Borra
blog

9 comentarios:

  1. El comienzo con esa cita de David Eloy Rodríguez me ha derretido por completo y he tenido que parar un rato.

    Las esperanzas que teníamos al principio del movimiento no se han perdido, está claro, pero las actuaciones policiales, el increíble pasotismo de los políticos y la horrible situación económica de todos nosotros, nos ha amedentrado. Pero esto tiene que estallar, esto va a estallar, y me planteo la violencia como una alternativa muy seria.

    Me ha encantado el artículo, coíncide con mi forma de pensar en muchos puntos.

    Un abrazo.

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    1. Es necesario derramarse desde la palabra/arcilla para abortar esta fatal construcción. Que no dura ni un minuto de réplica, por muy fasciculada que esté, aún violentamente por “los márgenes del capitalismo”. como una genealogía verdaderamente fatal. El texto/rizoma sobre el 15-m señala la penosa y aburrida colonia de almas. La esperanza, por llamarlo de algún modo, es que hubiera igualdad en la libertad, y no en la cantidad e incompetencia de un estado policial. “No podemos predecir qué haremos como sujeto colectivo ante esta máquina de arrasar vidas. “A.B. La limpia conciencia comunitaria es el juego. El hombre, un estúpido.

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  2. Ah! Y muchas gracias por compartir estas maravillas :D

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    1. También me encanta que puntúes con las formas del artículo, hay estampas que merecen ser leídas en estado continuo, y con un mínimo de intensidad exigente.

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  3. El poema es, un eco que ahora retumba en mi cuore.

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  4. Yo, que no soy tan optimista, creo que el ser humano no aprende mucho de la historia, de sus propios errores ni de los ajenos. Lo he dicho antes y lo sigo creyendo: hemos ido de la tesis a la antítesis y no conseguimos llegar a la síntesis. Vamos de derrota en derrota. Lo único bueno de estar bien abajo es que de allí sólo se puede ir para arriba y confío en que España salga pronto del pozo en el que está.
    Un abrazo.

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    1. Me gustaría considerar el optimismo como elemento repercusivo. Entendiendo la repercusión no sólo como difusión. Creer en la historia, siguiendo las pautas de un agenciamiento de poder, ilustración, segmenta, formando “cantones” dominados por la misma superstición, moral, política, o/y religiosa. Yo he desistido y opto por el delirio. Esta mañana cuando leí el artículo de Arturo entendí muchas incoherencias de alguno de mis tristes poemas, Advierto mi presencia apresada
      perpleja,
      su hambre implora
      gime los rebaños de la ajetreada dictadura del sol

      El mundo ha devenido en caos, persiguiendo el nombre de toda/s la/s especie/s igualando el periplo. Las tardes eran infinitas. Las tardes volvieron hacia el exterior en un golpe que ningún libro se sostuvo en su anaquel. Los dualismos cayeron en el pozo corto de la memoria. Y si vamos de derrota en derrota es por no aceptar el exterior como hogar. El exterior como planicie. Tenemos el don apropiarse de la palabra hasta hacerla carne, credo.
      ..
      Disentir
      Qué puede ser más propio que lo impropio
      los quejidos y las lamentaciones atraen al cazador,
      cuando dejemos de hacerlo seremos máquinas que se rodean con tiestos de bosques, ¿cuándo no tengamos un solo derecho de mano, será el mambodollar quien nos rescate?
      “¿qué sería de la posibilidad siempre latente de otra sociedad sin esa voluntad de cambio capaz de sobreponerse a la experiencia de la derrota?” A.B.
      Pero hemos de ir más allá del impulso exploratorio del homo sapiens (aunque la sapiencia parece manía) hay que preguntarse aquello que no es para saber aquello que es. La mayoría de los países usan su “bienestar” de un modo entrópico negativo, las épocas más florecientes suelen ser las más decisivas para crear fascismos de baja estofa, los más invisibles.

      abrazos

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  5. Una entrada de lo más interesante, y los versos del principio capturan a la perfección el sentimiento de la realidad actual de muchos. El miedo nos enjaula y nos hace dóciles, y el miedo, la resignación, la falta de ilusión y de esperanza, son las más profundas y a largo plazo efectos de esta crisis por lo que he podido percibir en mi corta visita a Barcelona. Sigo confiando en un cambio, en una reacción.

    Te adjunto unos párrafos que he leído esta mañana de Vicente Verdú en el País. Puedes leer el texto completo en el siguiente link:
    http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/01/02/actualidad/1357152272_265220.html

    Un abrazo bien fuerte amigo

    Todos nos preguntamos, desde los periodistas a los quiosqueros, desde los ministros a los obreros, cómo no se ha producido ya -o hace algún tiempo- un formidable estallido social. Cierto: hay huelgas, manifestaciones, carteles de diferentes colores, protestas airadas, pero lejos de coaligarse para crear una dinamita crítica, al borde de la explosión, las sublevaciones se disuelven en las aguas amargas de la cólera efímera y hasta los enfermos aceptan pagar a la ambulancia para que les practiquen una diálisis o les extirpen el corazón. El miedo ha hecho posible esta luctuosa coyuntura donde es posible la crueldad, el crimen o el desahucio sin que haya otra reacción popular que la de darse muerte y, sin embargo, no asesinar al comendador.Los miserables no dejan de amontonarse y de crecer.
    Nunca la solidaridad, la idea de cooperación y el sentimiento de culpa ha crecido, por tanto, con tanta intensidad. La reducción del consumo suntuario entre los más pudientes —que ahora se contienen empáticamente en el lujo o en las compras de arte— tiene que ver con esta clase de imantación paupérrima. Cuando el país es comunitariamente más pobre aumenta la igualación de barriada y, con ella, la idea de curativa de la vecindad.
    Ahora, sin embargo, con la Gran Crisis esa muerte marginada reaparece como una venganza capital. No sólo hay muertes masivas en los colegios de primaria norteamericanos, sino muerte a granel en los países islámicos, muerte en las parejas románticas o muerte en las casas desahuciadas, tanto en los ancianos esquilmados como en la economía general. Muerte que no deja entrar en los ambulatorios a los pobres moribundos sin papeles y muerte lleva su agonía a los presupuestos de los hospitales, los quirófanos y la investigación.
    La muerte regresa ahora, dos siglos después, con su imperio absoluto y como el hermoso paralelo de la crisis llamada sistémica. Porque no se trata ya de una crisis financiera, ni económica, ni de Bretton Woods o de toda su parentela liberal. Esto es la crisis de la vida social y personal. La perspectiva de un mundo que, mediante la muerte física o simbólica, ha regresado hasta años atrás para replantearse la flecha del tiempo y, para recobrar, gracias a Dios, el sentido de la vida comunitaria. Tan feliz o desdichada como humanitaria. Finita y perdurable con riqueza o sin ella en la voluntad de una nueva razón de ser.

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