UNA
IMAGEN INFANTIL*
Rara
vez “la pobre y breve infancia” se habrá plasmado en una imagen tan conmovedora
como cierta fotografía de Kafka niño. Procede de uno de esos estudios del siglo
XIX que, con sus cortinajes y palmeras, sus tapices y caballetes, tenían algo
de cámara de tortura y de salón del trono al mismo tiempo. Con su ajustado y
algo humillante traje infantil recargado de pasamanería, en ella se presenta al
niño de apenas seis años en medio de una especie de paisaje de invernadero.
Abanicos de palmeras acechan al fondo. Y, como si valiera la pena hacer aún más
pegajosos y opresivos estos trópicos acolchados, el modelo sostiene en la mano
izquierda un sombrero desmesurado de ala ancha, como los de los españoles. Unos
ojos inconmensurablemente tristes dominan el paisaje que les está destinado y
en que la concha de una gran oreja está a la escucha.
EL
ardiente deseo de “convertirse en un piel roja” pudo haber devorado esta gran
pena: “Si uno fuera un indio, siempre alerta, montado en el caballo a galope,
ladeado contra el viento, estremeciéndose a intervalos cada vez más cortos
sobre el terreno trepidante, hasta abandonar las espuelas que ya no había,
hasta
_____
* Fragmento de un ambicioso
ensayo inacabado sobre Kafka en el que Benjamin trabajó a lo largo de 1934, con
motivo del décimo aniversario de su muerte.
Lanzar
al aire las riendas que no tenía, hasta apenas ver deslizante el paisaje como
un páramo sesgado al ras”. Muchas cosas hay dentro de este deseo que, al
cumplirse, revela su secreto, lo cual sucede en el continente americano. Pues
la peculiaridad de América se
desprende del nombre de su héroe. Mientras que en las novelas anteriores el
autor no se expresó más que con un murmullo de una letra inicial, aquí es como
si hubiera nacido otra vez con su nombre completo en el nuevo continente. Y
esto le sucede en el teatro natural de Oklahoma: “Al volver una esquina Karl
vio un cartel con la siguiente leyenda: ¡En la carrera de pistas de Clayton se
contratan empleados para el teatro de Oklahoma hoy desde las seis de la mañana
hasta medianoche! ¡El gran teatro de Oklahoma os llama! ¡Os llama solo hoy, una
sola vez! ¡El que deje pasar esta oportunidad, la pierde para siempre! ¡El que
piensa en su futuro es uno de los nuestros! ¡Todos serán bien recibidos! ¡El
que quiera ser artista que se presente! ¡Somos el teatro que a todos necesita,
a cada uno en su lugar! ¡Felicitamos ya a los que se han decidido a venir con
nosotros! ¡Pero daos prisa para ser admitidos antes de medianoche! ¡A las doce
se cierra para no abrirse más! ¡Maldito el que no nos crea! ¡Vamos! ¡A Clayton!”.
Quien lee este anuncio es Karl Rossmann, la tercera y más feliz encarnación de
K., el héroe de las novelas de Kafka. La felicidad le espera en el teatro
natural de Oklahoma, una auténtica pista de carreras, igual que antes la “desventura”
le había sobrevenido en la estrecha alfombra de su habitación, por la que
corrió “como si fuera una pista”. Esta imagen resulta familiar en Kafka desde
que escribiera sus observaciones “para hacer reflexionar a los jinetes aristocráticos”
e hiciera subir al “nuevo abogado” las escaleras del tribunal “a enormes
zancadas, con pasos resonantes sobre el mármol”, o lanzara a trotar por el
campo, a grandes brincos y con los brazos cruzados, a sus “niños de la
carretera”. De hecho puede también ocurrirle a Karl Rossmann que, “distraído por
su somnolencia, a menudo se ponga a dar unos saltos que le roban el tiempo,
excesivos, aunque inútiles”. Por eso sólo podrá alcanzar la meta de sus deseos
en una pista de carreras.
Esta
pista de carreras es al mismo tiempo un teatro, lo que plantea un enigma. Pero
el enigma del lugar resulta inseparable de la figura de Karl Rossmann,
totalmente libre de enigmas, transparente y clara. Transparente, claro y prácticamente
sin carácter es Karl Rossmann, en el sentido que en La estella de la redención
de Franz Rosenzweig dice que en la China el hombre interior “está prácticamente
desprovisto de carácter. La figura del sabio, que alcanza su encarnación clásica
… en Confuncio, se desprende de toda particularidad de carácter; es el que de
verdad no tiene carácter: una pureza de sentimientos del todo elemental”. Con
independencia del cómo lo expresamos conceptualmente (y esta pureza de sentimientos
quizá no sea sino una finísima balanza de calibrar el comportamiento gestual),
en todo caso el teatro natural de Oklahoma se remonta al teatro chino, que es
un teatro de gestos. Una de las principales funciones de este teatro natural es
disolver los acontecimientos en la gestualidad. Se podría ir más allá y afirmar
incluso que una buena parte de los estudios y narraciones breves de Kafka sólo
cobran luz plena debidamente traspuestos de algún modo a acciones del teatro
natural de Oklahoma. Sólo así se reconocerá sin lugar a dudas que la obra
entera de Kafka constituye un código de gestos, sin que éstos tengan de
antemano para el autor un significado simbólico preciso, sino que más bien se
aproximan a él mediante conexiones e intentos de ordenación siempre nuevos. El
teatro es el lugar dado para tales tentativas de ordenación. En un comentario
inédito a “El fraticidio” Warner Kraft ha destrañado lúcidamente el carácter escenmico
de la acción de este relato corto: “La representación puede empezar y se
anuncia con un campanillazo. Éste se produce con toda naturalidad, al salir
Wese de la casa donde está su oficina. Pero esta campana (y así se dice
expresamente) ´suena demasiado como para ser la de una puerta’, ‘resuena por
toda la ciudad hasta subir al cielo’”. Igual que esta campana (demasiado
potente para ser la de una puerta) resuena en el cielo, así también los gestos
de las figuras kafkianas resultan demasiado contundentes para el entorno
habitual e irrumpen en otro más vasto. Cuanto más progresaba la maestría de
Kafka, más renunciaba a adaptar a estos ademanes a situaciones normales, a
explicarlos. En La metamorfosis
leemos que “ ‘sentarse al escritorio y desde lo alto hablar con el empleado,
que además debe arrimarse lo más posible por la sordera del jefe, también es
una actitud extraña’ “. Justificaciones de este tipo ya quedan más que
superadas en El proceso. En el
penúltiumo capitulo K. “se detuvo en los bancos delanteros, pero al sacerdote
esa distancia aún le parecía excesiva. Extendió la mano y con el índice apuntó enérgicamente
hacia abajo en dirección a un lugar al borde del púlpito. K. volvió a obedecer.
Para ver siquiera al sacerdote, desde ese sitio tenía que inclinar
profundamente la cabeza hacia atrás”.
Si
Max Brod afirma: “Incalculable era el mundo de los hechos a los que el daba
importancia”, el gesto era sin duda para Kafka lo más incalculable. Cada uno de
ellos constituye de por sí una operación o, mejor dicho, un drama. El escenario
sobre el que se interpreta este drama es el teatro del mundo, cuyo telón de
fondo está representado por el cielo. Por otra parte este cielo no es más que
un fondo artificial; para examinarlo debidamente habría que enmarcar el fondo
pintado de la escena y colgarlo en una galería de pintura. Al igual que el
Greco, Kafka desgarra el cielo que asoma tras cada ademán; pero como para el
Greco (que fue el santo patrón de los expresionistas) también para él lo
decisivo, el centro de la acción, sigue siendo el gesto. Doblegados por el
espanto caminan los que ha oído el aldabonazo en la puerta del palacio. Así
representaría el espanto un actor chino, pero nadie se esteemecería. En otro
momento, K. mismo hace teatro. Casi maquinalmente, “despacio … haciendo girar
con cuidado los ojos hacia arriba … cogió sin mirarlo de la mesa del escritorio
uno de los papeles, lo colocó sobre la palma de la mano, levantándoselo poco a
poco a los señores mientras él mismo se puso en pie. En ese momento no pensó en
nada especial, sino que actuaba dominado por el sentimiento de que tenía que
comportarse así si quería completar la gran petición suplicatoria que lo
absolvería definitivamente”. En cuanto gesto animal, este une lo más enigmático
a lo más sencillo. Se puede avanzar mucho en la lectura de historias de
animales de Kafka sin darse cuanta de que no tratan para nada de humanos. Y, al
encontrar el nombre de la criatura (un mono, perro o topo), apartamos
espantados la mirada, cayendo en la cuenta de lo alejados que ya estamos del
continente de los hombres. Kafka siempre lo está; al gesto humano le quita los
apoyos convencionales para quedarse con un objeto de reflexión interminable.
Curiosamente,
la reflexión tampoco termina nunca cuando la suscitan las historias donde Kafka
propone un sentido. Basta pensar en la parábola “Ante la ley”. El lector que se
la encuentra en “El médico rural” se habrá quizá percatado de que hay dentro de
ella un punto nebuloso. Pero ¿hubiera él puesto en marcha la interminable
sucesión de reflexiones que brotan de esa parábola cuando Kafka emprende su
interpretación? Esto lo lleva a cabo el sacerdote en EL proceso, y en un lugar tan destacado que podría suponerse que la
novela entera no es más que el despliegue de la parábola. Pero la palabra “desplegar”
tiene un doble sentido. El capullo se despliega en flor, así como el barco que
enseñamos a armar a los niños plegando el papel se despliega hasta volver a la
hoja lisa.
SOBRE LA
FOTOGRAFÍA
WALTER BENJAMIN
ed. PRETEXTOS
...........a partir de esta entrada pretendo traeros una breve serie de textos sobre Walter Benjamin, así como del propio Benjamin.......
retrato de kafka niño. pertenecientte a Benjamin, autor desconocido |
SOBRE LA
FOTOGRAFÍA
WALTER BENJAMIN
ed. PRETEXTOS
...........a partir de esta entrada pretendo traeros una breve serie de textos sobre Walter Benjamin, así como del propio Benjamin.......
No hay comentarios:
Publicar un comentario
o tu no-comentario