…segunda parte del
artículo.
la compasión desde/por/a través de una
imagen suscitaba textos como el aquí traído. Walter pensaba que el mundo
acabaría bañado en una gran guerra química y no iba mal encaminado, la telerealidad domina ese final, una paz
declarada como guerra perpetua, el telos
vence al médium.
Torre Eifel, 1998. HIroshi Sigumoto. (más
‘
Y
esta segunda manera de “desplegar” es aplicable a la parábola en cuanto que el
lector se complace en alisarla para disponer de su significado en la palma de
la mano. Pero las parábolas de Kafka se despliegan de acuerdo con el primer
sentido: igual que el capullo se transforma en flor. Por eso el resultado se
asemeja a la creación poética. Esto no impide que sus textos no encajen del
todo en las formas en prosa de la tradición occidental, ocupando en términos de
doctrina un lugar semejante al de la Hagadá(leyenda) respecto a la
Halajá(prescripción). No son propiamente alegóricos ni tampoco reclaman
atención por sí mismos; están hechos para ser citados, para ser narrados a modo
de explicación. Pero ¿llegamos acaso a hacer nuestra la enseñanza que acompaña
las parábolas de Kafka y se expone en los gestos de K. y en los ademanes de sus
animales? No se encuentra allí, a lo sumo podremos decir que esto o aquello la
insinúan. Quizá Kafka hubiera puntualizado que la transmiten en cuanto
reliquias suyas. Aunque podemos igualmente afirmar que le abren el camino en
cuanto precursores. Sea como fuere, de lo que se trata es de la cuestión de
organizar la vida y el trabajo en la comunidad humana. Esta cuestión fue absorbiendo
a Kafka cada vez más, al írsele haciendo impenetrable. Si en la famosa
conversación de Erfurt entre Goethe y Napoleón éste sustituyó la fatalidad por
la política, variando la sentencia, Kafka hubiera podido definir la
organización como destino.
Y
ésta no sólo se le plantea en la inflación jerárquica de los funcionarios de El proceso y El castillo, sino también de un modo más palpable en los
complicados e inabarcables proyectos
arquitectónicos, de cuyo venerable modelo se ocupó en La construcción de la Muralla China.
“Esta muralla fue concebida como protección
para siglos, por lo que el trabajo ineludiblemente requirió la más cuidadosa
construcción, la utilización de la sabiduría arquitectónica de todos los
tiempos y pueblos conocidos y una sensación permanente de la implicación
personal de cada constructor. Para los trabajos menores se podían contratar
ignorantes jornaleros del pueblo: hombres, mujeres, y niños que se ofrecían a
cambio de una buena paga. Sin embargo, para dirigir a cuatro jornaleros ya era
necesario contar con alguien inteligente e instruido en las técnicas de
construcción … Nosotros (y hablo en nombre de muchos) hemos llegado a tener
conciencia de lo que verdaderamente somos sólo después de descifrar atentamente
las instrucciones de los más altos directores, llegando a descubrir que, sin
ellos, ni nuestra sabiduría profesional ni nuestro entendimiento nos hubieran
bastado para desempeñar la pequeña función que teníamos dentro del gran todo”.
Dicha organización se asemeja a la fatalidad. En su famoso libro La civilización y sus grandes ríos
históricos Metschinikoff ha trazado su esquema con giros que podrían ser de
Kafka. Escribe que “los canales del Yangtse-Kiang y las presas del Hoang-ho son
con toda probabilidad el resultado de un trabajo colectivo artísticamente
organizado a lo largo de … generaciones … El más mínimo descuido al abrir esta
o aquella zanja o al sostener cierto dique, la menor negligencia, cualquier
asomo de egoísmo por parte de un individuo o grupo de personas en el mantenimiento
de la común riqueza acuífera, dadas las peculiares condiciones, genera males y
consecuencias negativas de gran alcance para toda la sociedad. La amenaza
mortal pesa sobre los que viven de los ríos exige una estrecha solidaridad
entre masas de población a menudo extrañas y enemigas, condena al hombre
ordinario a trabajos cuya utilidad pública sólo se revela con el tiempo y cuyo
plan muy a menudo le resulta totalmente incomprensible”.
Kafka
quería contarse entre los hombres ordinarios. El límite de lo comprensible no
dejaba de acuciarlo. Y él no dudaba en imponérselo a los demás. A veces parece
próximo a decir, lo mismo que el Gran Inquisidor de Dostoievski: “Por lo tanto,
nos encontramos ante un misterio que no podemos comprender. Por ser un enigma
tendríamos derecho a predicarlo, a enseñar a los hombres que lo que importa no
es la libertad ni el amor, sino el enigma, el secreto, el misterio al que
tienen que someterse, sin reflexionar y aun en contra de la propia conciencia”.
Kafka no siempre se mantuvo al margen de las tentaciones de lo místico. Una
entrada de su diario refleja su encuentro con Rudolf Steiner, aunque sin
especificar la postura de Kafka, al menos en la forma que ha sido publicada.
¿Se abstuvo de tomar partido? No parece imposible, si tenemos en cuenta su
proceder en los propios textos. Kafka tenía una extraña capacidad para
proveerse de parábolas. Sin embargo, no se agota nunca en lo interpretable,
sino más bien tomó todas las precauciones imaginables en contra de la exégesis
de sus textos. Hay que adentrarse en ellos tanteando: con circunspección,
cautela y desconfianza. Es necesario tener en cuenta la propia forma de leer de
Kafka, tal como la aplica en la interpretación de la parábola antes mencionada.
Y también debemos recordar su testamento. La cláusula ordenando destruir su
legado resulta, en vista de las circunstancias inmediatas, tan difícil de
justificar y, a la vez, tan digna de cuidadosa reflexión como las
contestaciones del guardián de las puertas de la ley. Confrontado cada día de
su vida con modos de comportamiento indescifrables y confusas proclamaciones,
tal vez quiso al morir pagar al menos a sus contemporáneos con la misma moneda.
El
mundo de Kafka es un teatro del mundo. El hombre se le aparece en escena desde
un principio. Y lo prueba el ejemplo de que contraten a todos en el teatro
natural de Oklahoma. Los criterios con que de lleva a cabo la admisión son
indescifrables. La aptitud dramática, que debería primar, no parece tener
ninguna importancia. Para decirlo de otro modo: a los aspirantes en general no
se les cree más capaces más que de representarse a sí mismos. Que en caso de
emergencia puedan ser lo que declaran
queda excluido del reino de lo posible. Por medio de sus papeles, las personas
buscan un cobijo en el teatro natural, lo mismo que los seis personajes de
Pirandello andan en busca de un autor. En ambos casos este lugar constituye el
ultimo refugio, lo que no quita para que implique la redención. Pues la
redención no es un premio a la existencia, sino la última evasiòn de un ser humano al que, como dice
Kafka, “el propio hueso de la frente … hace que el camino” se le extravíe. Y la
ley de este teatro se halla en una frase perdida del Informe para una academia: “yo imitaba porque buscaba una salida y
no por ningún otro motivo”. Poco antes de terminar su proceso, K. parece tener
un presentimiento de la naturaleza de todo esto. De repente todo se vuelve
hacia los dos hombres con sombrero de copa que vienen a llevárselo y pregunta:
“¿En què teatro actúan ustedes?’ ‘¿Teatro?’, preguntó uno de ellos al otro con
un rictus espasmódico de la boca, como pidiendo consejo. El otro gesticuló
igual que un mudo en lucha con un organismo resistente”. No contestaron a la
pregunta pero todo indica que ésta llegó a afectarles.
Todos
de los que de ahora en adelante pertenecen al teatro natural son agasajados en
un largo barco encubierto de un paño blanco. “Todos estaban contentos y
excitados.” Los extras traen ángeles al festejo. Se apoyan en altos pedestales
que en su interior tienen una escalera cubierta por ropajes ondulantes. Son los
aparejos de una verbena rural o quizá de una fiesta infantil en la que el muchacho
acicalado y ahogado por los lazos del que hablábamos al principio hubiera
perdido la tristeza de su mirada. Hasta estos ángeles podrían ser auténticos de
no llevar unas alas pegadas al cuerpo. Tienen precursores en la misma obra de
Kafka. Uno de ellos es el empresario que sube hasta la red protectora en que ha
caído el trapecista en su “primer accidente”, para acariciarlo, apretando tanto
su cara a la de él “que las lágrimas del trapecista corrieron también por los
de su propio rostro”. Otro es un ángel guardián o policía que en “El
fratricidio” se hace cargo del asesino Schmar, quien, “apretando la boca contra
el hombro del policía”, se deja llevar lejos y a buen paso por él. Con las
ceremonias rurales de Oklahoma se extingue la última novela de Kafka, como
sucede con todos los grande fundadores de religiones, reina una atmósfera
pueblerina”. A este respecto con mayor motivo podría recordarse cómo Lao-Tsé se
representa la piedad, de la que
Kafka nos ha dejado una insuperable caracterización en “El pueblo de al lado”:
“Las tierras vecinas estarían al alcance de la vista, / para poder oir el
contrapunto del canto de los gallos y los ladridos de los perros; / la gente
debería morir a la edad más avanzada, / sin haber tenido que viajar de un lado
para otro”. Hasta aquí Lao-Tsé. Kafka fue también un autor de parábolas, pero
no un fundador de religiones.
Miremos
al pueblo que reposa al pie de la montaña del Castillo, desde el cual tan
misteriosa e inesperadamente se nos informa del presunto nombramiento de K: como agrimensor. En el epílogo de esta
novela Brod menciona que, al crear este pueblo de las estribaciones de las
montañas del Castillo, Kafka estaba pensando en una población muy precisa de
las montañas del Erz: Zürau. Pero en él nosotros podemos reconocer otro pueblo
más: el de una leyenda talmúdica que el rabino relata para responder a la
pregunta de por qué los judíos preparan una cena festiva la noche del viernes,
durante el Shabat. La leyenda cuenta de una princesa que, en el destierro,
lejos de sus compatriotas, languidece en un pueblo cuya lengua no comprende. Un
día le llega una carta: su prometido no la ha olvidado, se ha puesto en marcha
y ya está en camino para venir a buscarla. El prometido (dice el rabino) es el
Mesías, la princesa es el alma y el pueblo en que está desterrada es el cuerpo.
Y, como no puede comunicar de otro modo su alegría al pueblo (porque no la
entenderían), le prepara una comida. Este pueblo talmúdico nos transporta al
corazón del mundo kafkiano. Pues tal como vive K. en el pueblo de la montaña se
haya convertido en una sabandija. Lo extraño (la propia otredad) se ha apoderado
de él. El aire de este pueblo sopla en la obra de Kafka y por esto no ha caído
en la tentación de fundar una religión. A este pueblo pertenece también la
pocilga de donde emergen los caballos para el médico rural, el sofocante cuarto
trasero en el que Klamm, con un puro en la boca, está sentado frente a un vaso
de cerveza, y también la puerta del palacio que, al golpearla, trae aparejada
la ruina. El aire de este pueblo no está limpio de todo aquello que no llegó a
cuajar o bien se pasó de maduro y que, corrompidos, se mezclan. Éste es
el aire que Kafka debió respirar en su día. No practicó la adivinación ni fundó
religiones. ¿Cómo pudo soportarlo?
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