Aquí os dejo la
penúltima publicación de esta serie sobre Walter Benjamin. Aquí, un texto del
cuarto y último capítulo [LAS TESIS SOBRE EL CONCEPTO DE LA HISTORIA] del magnífico libro
de Carlos
Taibo. Un libro que acerca y aleja la figura de Benjamin hasta
multiplicar los ángulos y perspectivas, frente a él y nosotros mismos.
EL
PROGRESO Y LA CATÁSTROFE
Ya
hemos sugerido que Benjamin no es un pensador interesado en la utopía futura:
lo que le preocupa, lo que le obsesiona, son los peligros inminentes que acosan
a la humanidad. En tal sentido arrastra un visible recelo ante el siglo en el
que vive. Witte recuerda que una frase de Benjamin sobre Kafka –“para él su
siglo no indicaba ningún progreso respecto a los más remotos comienzos”- parece
de aplicación al propio Benjamin. En la trastienda se revela, en paralelo, un
recelo sin límites ante el progreso –nos recuerda Mate- es infernal, por
cuanto, frívolamente, entiende que el sufrimiento humano que lo acompaña es un
mero efecto colateral, o precio que hay que pagar. El progreso, por otra parte,
multiplica el sufrimiento. Aunque hay muchos medios técnicos que permiten
luchar contra la miseria, nunca ha habido tantos pobres.
Pero
en esa misma trastienda está la catástrofe, que es, en palabras de Reyes Mate, “la eternización de lo que ya
tenemos, la irreversibilidad del curso que nos ha traído hasta aquí. Lo
angustioso no es que la historia tenga un fin, sino que no lo tenga”. “La
catástrofe es el continuum de la
historia”, afirmará Benjamin. Cierto es que al cabo la catástrofe tiene también,
y pese a todo, una dimensión liberadora. Dejemos hablar al respecto a Tackels:
“Esta conciencia del mundo como producción de una única catástrofe que no deja
de reaparecer infinitamente radicaliza el hecho de estado de excepción para
convertirlo en el modo de ser fundamental de la humanidad. Pero esta concepción
del mundo como ruina eterna renovada sin cesar a través de la pluralidad de las
épocas históricas, esta concepción de lo idéntico en el seno de la no-identidad
de los momentos catastróficos, lejos de arrojar al hombre a una angustia
petrificadora, lo proyecta en el espacio de la salvación. Si admiten la
historia como repetición sin fin de la catástrofe, y si abandonan al tiempo la
idea falaz, y deshonesta, del progreso, los hombres pueden esperar una historia
liberada de toda dominación”.
Löwy
nos recuerda que el pesimismo de Benjamin nada tiene que ver, sin embargo, con
la resignación fatalista. Se halla, antes bien, al servicio de la emancipación
de las clases oprimidas, y no bebe
de una preocupación que nace de la decadencia de las elites o de los países,
sino de una consideración de las amenazas que pesan sobre la humanidad de
resultas del progreso económico y técnico promovido por el capitalismo. Ya en Calle de sentido único a mediados de la
década de 1920, había llamado la atención Benjamin sobre el derecho de
derrocamiento de la burguesía por el proletariado “no se realiza antes de un
momento casi calculable de la evolución técnica y científica, […] todo estará
perdido”(Löwy).
Verdad es, con todo, que resulta difícil esquivar la conclusión de que Benjamin
es profundamente pesimista en lo que respecta a la Europa en la que vive, que
caracteriza así: “Desconfianza en cuanto al destino de la literatura,
desconfianza en cuanto al destino de la libertad, desconfianza en cuanto al
destino del hombre europeo, pero, sobre todo tres veces desconfianza en lo que
se refiere a todo tipo de acomodo: entre las clases, entre los pueblos, entre
los individuos. Y confianza ilimitada sólo en I. G. Farben y en el
perfeccionamiento de la Luftwaffe”.
No queda otro remedio que situar la ironía de Benjamin en el momento
singularísimo que suponen sus últimos años de vida, como no queda otra posibilidad
que recordar que Benjamin, no sin paradoja, no tuvo la oportunidad de palpar lo
que la tecnología iba a deparar en los siguientes años, durante la segunda
guerra mundial, y, más adelante al calor del capitalismo y sus desarrollos. Aun
así, Benjamin percibió con notoria claridad –volveremos inmediatamente sobre
ello- el carácter moderno y técnicamente avanzado del fascismo, un sistema en
el que los progresos tecnológicos, ante todo militares, iban de la mano de la
regresión social. Y no ahorró críticas a la explotación capitalista de la
naturaleza y a su huella en el marxismo vulgar. En ese marco, y como ya sabemos,
se opuso a cierto socialismo “científico” que reduce la naturaleza a una
materia prima industrial, a una mercancía gratuita susceptible de una
explotación ilimitada. Löwy subraya que, en el Libro de los pasajes Benjamin ligó estrechamente la abolición de la
explotación del hombre por el hombre, con la abolición de la abolición de la
explotación de la naturaleza por el hombre.
Benjamin
contrapone por otra parte dos visiones de la misma historia. Mientras la primera, la “progresista,
identifica sin más un permanente progreso camino de la democracia, de la
libertad o de la paz, la segunda –la abrazada por nuestro autor- remite a la
tradición de los oprimidos, para la cual la norma de la historia es, por el
contrario, la opresión, la barbarie, la-violencia-de-los-vencedores, un
permanente “estado de excepción”. “la tradición de los oprimidos nos enseña que
el estado de excepción en el que vivimos es la regla”. En tanto en cuanto
–recuerda Löwy- para la primera visión el fascismo es una excepción, una
regresión inexplicable, un paréntesis en la historia. Para la segunda se trata,
antes bien, de la expresión más brutal del “estado de excepción permanente”(Löwy).
Para
Benjamin, que no conoció las manifestaciones más crudas del fascismo –el
Holocausto, en singular-, era evidente sin embargo la estrecha relación de
aquél con la sociedad industrial y con el capitalismo: a sus ojos el progreso
técnico y científico no era un obstáculo, sino un acicate, en el camino del
fascismo. Éste se impuso por cierto en algunos de los países sobre el papel más
desarrollados. El colapso futuro nos remite a la misma lógica argumental: no
sólo no es impensable por el desarrollo técnico, sino que este último por el
contrario, parece llamado a facilitarlo. Reyes Mate pone empeño en subrayar que
cuando habla del estado de excepción Benjamin no está pensando en el nazismo:
“Quien ha declarado silenciosamente el estado de excepción es el derecho y, por
tanto, el Estado de Derecho, al que Benjamin alude bajo la figura del
progreso”. Y apostilla Mate: si el estado de excepción fuera del nazismo, las
cosas serían sencillas, pero como quiera que la figura remite a la conducta de
muchos portadores de planteamientos “progresistas”, nuestros contemporáneos, la
discusión permanece invariablemente abierta. Frente a ello se impone aplicar
los frenos de la locomotora de la historia para de esta forma detener el curso
vertiginoso de ésta y evitar el abismo. Ya en Calle de sentido único se había referido Benjamin al freno con el
cual el conductor –el proletariado- puede detener el curso enloquecido del tren
que nos lleva a la catástrofe. En tal sentido, la revolución no es –digámoslo una vez más- el
resultado esperable del progreso económico y técnico, sino, muy al contrario,
la interrupción de una evolución histórica que conduce a la catástrofe mentada.
CARLOS
TAIBO
WALTER
BENJAMIN
La
vida que se cierra
editorial
CATARATA
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