“Manual de Combate”
(Charl3s Bukowski)
Siendo muchacho dividí en partes iguales el tiempo
entre los bares y las bibliotecas; cómo me las arreglaba para proveerme de
mis otras necesidades
es un puzzle;
bueno, simplemente no me preocupaba demasiado por eso - si tenía un libro o un trago
entonces no pensaba demasiado
en otras cosas- los tontos crean su propio
paraíso.
En los bares, pensaba que era
rudo,
quebraba cosas,
peleaba con otros hombres,
acostarse con muchas mujeres,
y más cerveza.
En las bibliotecas era otra cosa: estaba callado, iba
de sala en sala,
no leía tantos libros enteros
sino partes de ellos: medicina, geología, literatura y
filosofía. Psicología, matemáticas, historia, otras cosas me aburrían.
Con la música estaba más interesado en la música y en
la vida de los compositores que en los aspectos
t é c n i c o s...
sin embargo, era con los filósofos con los que me sentía en hermandad:
Schopenhauer y Nietzsche,
incluso aquel viejo difícil-de-leer Kant; encontré que Santayana, bastante popular en aquella época,
cojeaba y era aburrido;
con Hegel realmente tenías que escarbarlo, sobre todo
con una resaca; hay muchos de los que leí de los que me he olvidado,
quizás con buena razón,
pero recuerdo un tipo que escribió un libro entero
en el que probaba que la luna no estaba allí
y tan bien lo hizo que después pensaba: está
absolutamente en lo cierto,
la luna no está allí.
¿Cómo cresta va un muchacho dignarse a trabajar
8 horas al día cuando la luna ni siquiera está allí?
¡Y no me gustaba la literatura tanto como los críticos
literarios!; ellos sí que eran verdaderos aguijones
esos tipos usaban
un lenguaje refinado,
hermoso a su manera,
para llamar a otros
críticos, otros escritores
unos huevones.
Me subían el ánimo, si
pero eran los filósofos quienes satisfacían
esa necesidad
que acechaba en alguna parte de mi confuso cráneo: vadeando
por sus excesos y su
vocabulario cuajado
aún me asombraban
saltaban hacia mí
brincaban
con una llameante declaración
l ú d i c a que aparecía ser
una verdad absoluta o una puta casi
absoluta verdad,
y esta certeza era la que yo buscaba en una vida
diaria que más bien parecía un pedazo de
cartón.
'¡Qué grandes tipos eran esos viejos perros, me ayudaron a atravesar
esos días como navajas y noches llenas de ratas; y mujeres
regateando como martilleros del infierno.
mis hermanos, los filósofos, me hablaban como nadie
venido de las calles o alguna otra parte; llenaban
un inmenso vacío.
Qué buenos muchachos, ah, ¡qué buenos muchachos!
sí las bibliotecas me dieron cosas;
en mi otro templo, los bares,
era otro tema, más simplista
el lenguaje y el camino era diferente.
días de bibliotecas, noches de bares.
las noches eran todas parecidas,
hay un tipo sentado cerca, quizás
no de mal aspecto,
pero a mí no me parece bien,
hay una horrible muerte allí - pienso en mi padre -,
en maestros de escuela, en caras, en las monedas y billetes; en sueños
de asesinos, bueno.
Dijeron que Céline era un nazi
dijeron que Pound era un fascista
dijeron que Hamsun era un nazi y un fascista.
pusieron a Dostoievsky frente a un pelotón
de fusilamiento
y mataron a Lorca
le dieron electroshocks a Hemingway
(y vos sabés que se pegó un tiro)
y echaron a Villon de la ciudad (París)
y Mayakovsky
desilusionado con el régimen
y luego de una pelea de enamorados,
bueno,
también se pegó un tiro.
Chatterton se tomó veneno de ratas
y funcionó
y algunos dicen que Malcom Lowry se murió
ahogado en su propio vómito
borracho.
Crane se tiró a las hélices
del barco o a los tiburones.
El sol de Harry Crosby era negro.
Berryman prefirió el puente.
Plath no encendió el horno.
Séneca se cortó las muñecas en la
bañera (es la mejor manera:
en agua tibia)
Thomas y Behan se emborracharon
hasta morir y
hay muchos más.
¿y tú quieres ser un escritor?
es esa clase de guerra:
la creación mata,
muchos se vuelven locos,
algunos pierden el rumbo y
no lo pueden hacer
nunca más.
algunos pocos llegan a viejo.
algunos pocos hacen plata.
algunos se mueren de hambre (como Vallejo).
es esa clase de guerra:
bajas por todas partes.
está bien, adelante
hazlo
pero cuando te ataquen
por el lado que no ves
no me vengas con
remordimientos.
ahora me voy a fumar un cigarrillo
en la bañera
y luego me voy a ir a
dormir.
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Sobre Chatterton
Thomas Chatterton aprendió a leer pasados los siete años y murió antes de haber cumplido los dieciocho, tras haber realizado una falsificación literaria portentosa que engañó a diversos eruditos y le transformó en una legendaria.
Era huérfano de padre. Lo echaron del colegio a los cinco años dándolo por inútil. Se entregó a la lectura de forma febril. Según relato de su hermana, a los ocho leía todo el día, ya fuera sobre heráldica, astronomía, medicina, música, etc. Pero su voracidad no tenía por objeto el saber, sino la fama, con el fin de sacar de la miseria a su familia. Leyó unos viejos pergaminos del siglo XV que habían sido vendidos al peso por una iglesia para hacer moldes de costura y asimiló su lenguaje. A los once años compuso la égloga Eleonure y Juga. Alegó –y le creyeron– que se trataba de un viejo manuscrito del siglo XV. Su autor –precisó Thomas– era el monje medieval Thomas Rowley, que, como es natural, no existía. Era uno de los primeros heterónimos de la historia. Siguió con sus falsificaciones medievales, y por ejemplo hizo para un conde una genealogía familiar que iba "desde la Conquista normanda hasta nuestros días", con todo tipo de referencias y notas a autoridades y libros inexistentes y la reproducción del presunto escudo de armas de la familia; ganó por ello 5 chelines. Días más tarde amplió la genealogía y se ganó otros cinco chelines.
La muerte de Chatterton (1856) de Henry Wallis. Tate, Londres.
Por entonces Chatterton ya trabajaba como escribiente de un abogado (según algunos estudiosos, en él se habría inspirado Herman Melville para su Bartleby) A Rowley se sumaron otras figuras fantásticas, aunque todas ellas con algún asidero en la historia oficial. Chatterton –declarado admirador e imitador del falsario James Macpherson– les hizo componer poemas, baladas, genealogías, biografías y autobiografías, piezas periodísticas y teatrales, sátiras. Los hizo conocerse mutuamente, escribirse cartas, editarse, anotarse, traducirse. Como Walter Scott unos años más tarde en sus novelas históricas, no temía mezclar sucesos y personajes reales en sus fábulas. Creó un mundo paralelo. Avejentó su ortografía y su papel untándolo con ocre y restregándolo contra el piso de ladrillo, y compuso un diccionario Rowley-Inglés/Inglés-Rowley basado en diversos diccionarios y obras antiguas.
El profesor Skeat, primero en demostrar definitivamente el carácter espurio de los escritos, notó que casi todas las palabras anglosajonas utilizadas por Rowley comienzan con la letra A, de lo que deduce que Chatterton no pasó de esa letra en sus estudios. En 1779, cuando creyó estar preparado, Chatterton le escribió una carta a Horace Walpole, celebrado autor de El castillo de Otranto, enviándole un escrito que fechó en 1469. Walpole festejó el hallazgo y preguntó de dónde lo había sacado. Walpole –ya engañado antes por James Macpherson– se desentendió del asunto. Chatterton escribió un soneto acusándolo de falsario, más tarde amenazó con suicidarse (en su testamento indicaba que quería ser enterrado en una tumba medieval).
Sus amigos, creyendo que así lo salvaban, le financiaron un viaje a Londres en abril de 1770. La capital no le fue inmediatamente hostil: en poco tiempo colaboraba regularmente para varios periódicos con composiciones propias de toda índole, además de algún que otro Rowley. El pago, no obstante, era algo menos regular. En junio o julio, una pieza musical llamativamente intitulada La venganza le redituó buena plata. Fue su primer y último gran éxito. Chatterton le envió a la familia un paquete con un juego chino de té, moldes de costura, un abanico para su madre y otro para su hermana, tabaco para la abuela y otras cosas finas. Como se puede ver, el gesto no corresponde ya a un humano sino a un ángel. Cometió suicidio con una dosis mínima de arsénico, aunque algunas otras versiones hablan de una sobredosis de opio, el 24 de agosto de 1770.
Obras
Siete años después de su muerte se editaron las obras de Rowley. Algún historiador dieciochesco de la poesía inglesa lo puso entre los cuatro mejores poetas ingleses de la antigüedad. El presidente de la sociedad de anticuarios escribió un libro para probar que era auténtico. Recién un siglo más tarde Skeat cerró el debate, demostrando de una vez y para siempre que Rowley era Chatterton. Pero Rowley es sólo una parte de Chatterton. Su obra verídica es tanto o más rica que la apócrifa, que apenas si pudo ser publicada. Algunas de sus sátiras (notablemente Memorias de un perro triste) no tienen nada que envidiarles a los maestros del género, y lo mismo corresponde decir sobre algunos de sus poemas. Su vida y su obra interesaron a las artistas posteriores. Herbert Croft lo incluyó en su novela epistolar Amor y locura, John Keats le dedicó su Endymion; Samuel Taylor Coleridge, una de sus monodias. El pintor Henry Wallis se inspiró en su suicidio para crear una de sus obras maestras. Alfred de Vigny compuso un drama que lleva su nombre, Chatterton, luego musicalizado por Ruggero Leoncavallo.
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“Behold
the clear religion of heaven! Fold
A rose leaf round thy finger’s taperness” _ John Keats.
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En cambio; cuando el dedo se subleva y acusa, mi dedo intentándose salir de la mano, mi dedo índice de la mano derecha deja de acariciar los nervios de las hojas, señala un bello atardecer con el deseo de un mañana mejor. ¿Pero quién nos dice que habrá un mañana?. Nadie, por tanto, deberíamos poder elegir en el caso de estar allí. En el caso de que mi dedo llegue antes, será contribución a descubrir el presente, unido al resto de dedos. Que conviene decir, están bastante contentos de que estén unidos.
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