28 de julio de 2011

"El rincón de Margot"




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Aquella noche  decidí quedarme en el teatro ya que debía acabar sin demora el dibujo del ciclorama. Se trataba de unas catacumbas romanas con frescos de estilo grutesco. Un friso con fotografías de papas con cuerpos desnudos de mujer. La única luz que me alumbraba eran las diablas y una botella con una vela. La atmósfera enrarecida del escenario propició que mi trabajo avanzara febrilmente y llegara al final con la mayor celeridad. Me acerqué al foso de orquesta y observé que sería imposible agregar más detalles. Era tarde,  me senté para dormir con la providencial excusa del trabajo bien acabado. Cerré los ojos pero de inmediato percibí dos sombras que se paseaban en el proscenio. Caminaban repetidamente como si se tratara de un duelo de armas. Froté mis ojos y vi claramente que eran una mujer y un hombre que al pararse giraban y se saludaban. Aunque en una sacaron las pistolas y ambos dispararon.


- Mi nombre es Margot. – dijo Edwing.
- Mi nombre es Edwing. – dijo Margot.

Escuché unos aplausos detrás de mí a los que respondieron los actores con una cortés genuflexión.

Margot – Os damos la bienvenida y las gracias querido público. Señor Corsini y linda Dafne, consideramos un honor vuestra dignificante presencia. En el camerino guardamos el Codex Callixtinus que nos habéis obsequiado pero sus partituras no nos interesan como bien podéis escuchar somos más del far blues.
Edwing – Me gustaría que por una vez no hablases en mi nombre cuando te dirijas al público (Brusco, despectivo) En cada representación hablas de una manera más fortuita, dejas de ser mi eterna amada (Acercándosele, triste) Para ser nada más que mi partenaire.
Margot – ¿Sabes qué es un floripondio?
Edwing – Tu especialidad es afectar gratuidad.
Margot – Pues ni más ni menos que un arbolito solanáceo del Perú, con flores blancas en forma de embudo.
Edwing – Los espectadores se impacientarán sino se la enseñas. Deberíamos congratularnos de su paciencia.
Margot – De su flaqueza (Señalando a Dafne) Porque digo yo, ¿qué diablos hacía esa ninfa escapando del bello Apolo?
Edwing – (Admirado) De su apertura infinita resuena la flauta cual canto de sirena. ¡Oh hermana! ¡Átame a un mástil y oiré sin peligro su música! Quiero ser libre, libre.




Margot – Preparemos un viaje.
Edwing – Roma.
Margot – Todos los caminos llevan a... (Resignación)
Edwing – La libertad es un juego.
Margot – Am, es de sobra conocido que para el topógrafo romano las vías no podían tener curvas, rectas, tediosamente rectas, neutras, rectas y de golpe (Saca la pistola y dispara a mi ciclorama) izquierda o derecha. Pero en ángulo recto.
Edwing – Las rectas carecen de libertad (Apenado)
Margot – Madre de dios. Si tuvieras que transitar los caminos de la cordillera peruana opinarías de otra forma. (Sentándose en postura zen y deslizando un dedo por el suelo) También sería loable que prescindieras de las teorías Euclidianas descritas hace más de mil años. En Roma comprenderás…
Edwing – Que el universo se curva vertiginosamente.
Margot – A excepción del tiempo que es una locomotora. (Mirando las catacumbas de mi ciclorama) Y también a excepción de nuestros silencios. Si callamos noto que nos acercamos a un final.
Edwing – Consideremos entonces un gratificante honor el silencio que proviene de las butacas.
Margot – Es una mierda carajo.
Edwing – Podrías hablar sin ese vocabulario por favor.
Margot – (Dejando su postura zen y sujetándose los pechos) Las palabras verdaderas no son gratas, hemos de actuar. Centrar nuestros cuerpos para alterar nuestras emociones. Bésame.
Edwing – Adiestrar el temperamento. (Recita) Enfriar la sangre y mover los bosques. Escucha amada mía. (Inclina la cabeza recogida en una palma) Conquistemos la paradoja y pongamos la sensibilidad en la picota. Seamos crueles y poderosos. La fuerza es sino la casualidad de la libertad de los demás. Que arda Ro…
Margot – Hazme tuya Nerón.
Edwing - ¡Cómo!
Margot – El mundo deja de girar cuando me penetras, cuando me haces real y sostengo la evolución. Saludo la eternidad. Clavo mis dedos en tu espalda y…(Se abalanza hacia Ed y lo manosea con lujuria)
Edwing – Romaaaaa (Gime y ambos se desnudan para fornicar rudamente).

En el palco escuchaba los aplausos de Corsini y Dafne de cuya cabeza caían hojas de laurel. Corsini sonreía aunque con profunda melancolía y sus enormes ojos brillaban desconcertantes. Inspiraba un sentimiento de animadversión. Le escuché musitar las siguientes palabras. “Esas no son sutilezas. Les retiraré la asignación si no mejoran el espectáculo”

Edwing – No hay nada que hacer. No recibiremos el beneplácito de nuestro proveedor. (Subiéndose el pantalón) Oscilamos entre la negativa y la quietud del olvido.
Margot – Señor, te suplicamos en nombre de…
Edwing – No hables por mi boca he dicho.
Margot – (Con patético asombro se dirige a las butacas) La contemplación del sufrimiento humano desprende un hedor religioso en esta era de hipocresía tan fastidiosa.
Edwing – Los principios predicados por san Pablo acabaron con el arte dentro del hombre.
Margot – Y de la mujer, doblemente insatisfecha. (Mediatizada por el interruptus)
Corsini – Hace justamente veinte siglos. Aunque si mencionáis los devotos rosarios justicialistas tenéis que mentar la Coca-Cola Company y las otras cien cabezas de la medusa.
Dafne – A mí me encantaría haber vivido en el último siglo para ser musa de Andy Warhol.
Corsini – (Levantándose cortante) Dejemos que continúen la obra. Seguid por favor. Continuad la ilusión.
Margot – Eso sí que no lo consiento. La ilusión que mal llamáis aquí representada es la realidad. Son los éxtasis que pudieron haber sido. Es decir; actuamos de verdad.
Edwing – Carajo. Impones.
Margot – Cállate impotente.
Edwing – Es evidente que necesitamos ir a Roma. Quemar las leyes nacidas en el desierto. Somos actores de la apariencia. Perdónala señor porque no sabe lo que dice.
Margot – (Indignada) Somos intrusos y seremos condenados pero tenemos el asilo en los sueños de la vida. La verosimilitud lícita de los que han pagado para vernos.
Edwing – No necesariamente.
Margot – Indispensablemente. (Sin enfadarse) Te diré la verdad. Te conozco desde hace mucho tiempo. Incluso en tu ausencia sentí la llamada del delirio y las palabras obscenas introduciéndose en mi ser.
Edwing – Gracias (Con ternura).
Margot – En cambio he esperado una eternidad para que fundir nuestras almas en un mismo aliento. Asomará el gran público, esa pequeña burguesía que anhela aislar los hechos con afán clasificatorio y nuestra misión será hacerlos subir, compartir nuestra verdad, en gran parte exacta. Cada palabra es un impulso en el aire pero su silencio es un muro, un veredicto. (Se interrumpe) Aunque las leyes se hacen y deshacen según el capricho de los fuertes.
Edwing – Será necesario emanciparlos para hacer de nuestra obra el espíritu del instante.
Margot – Sacarlos de sus casas y vejar sus nostalgias. También tenemos que dejar clara la temática de la obra. Yo soy tu musa.
Edwing – Y si no tenemos éxito tendré que seguir buscando empleo en esta maldita ciudad.



Sería absurdo negar que aquella representación era el borrador todavía vacilante de una obra desconocida. Mis servicios se resumían a pintar el ciclorama, y presenciar aquel jubiloso ensayo de inteligencias y malas palabras era una casualidad misteriosa. Vacilé sobre mi consciencia, pero lo que veía tenía consistencia propia. Aquello que llegaba a mis oídos y transcurría ante mis ojos era del todo cierto. De lo contrario despertaría pues cuando alguien sospecha que sueña de inmediato desaparece el sueño. Además el escenario estaba tal como lo dejé antes de sentarme. Incluso la botella verde en la que introduje una vela para alumbrar ciertos detalles del ciclorama. Meditando sobre estos asuntos, el telón empezó a bajar, los diálogos perdían intensidad. Contemplé que tomaban ahora asiento también gentes que al verme fruncían el ceño. Obligando a abotonarme y alisar la ropa lo más licenciosamente que rezaba el momento.




22 de julio de 2011

LA LUZ

Tumbado sobre la orilla del mar entró en mi alma
una botella con un poema
                                Era un mapa susurrando tu sangre
                                Era la instancia a desembocar
                                el exilio ceremonioso
                                el grito incólume y el tictac oculto

Irrumpió en mi caparazón de caracola vigilada
                                ... una llama invocante

Auscultando el vivero de mi catecismo erotómano
Aislando las zonas prohibidas
Ascendiendo al zenit de mi boca
                               Era una región silente y nostálgica
                               Era la curvatura lógica del éxodo

Tumbados los dos dentro de la botella sobre hondas lejanías
Encaramándonos a la voz destilada del deseo
Elevando los músculos agarrotados de miel ansiosa
                               Y me levanté
                               hacia mi lengua inquieta
                               cesta llena de peces

Porqué era noche de amor insomne
y la luz
perpetuando el ciego sueño y los poemas dentro de botellas.


18 de julio de 2011

El Faro de Ibha"

Los recuerdos eran como vasos de extraños licores que al beber me empujaban por una pendiente implacable. Sería por esta doblez que incurría mi alma, por la que me sentía tan a gusto trabajando en el faro de esta isla llamada Ibha. Sin más visita que los rudos pescadores que usaban la escollera de embarque para reparar sus aparejos blasfemando de despecho ante lo que el mar les negaba. Mi trabajo de farero era rotado trimestralmente con Mateo. Un pintor fascinado por despejar los enigmas de la creación mediante lienzos. Su último trabajo presidía el pasillo de entrada. Se trataba de una escena siniestra en la borda de un ballenero en el cual unos marineros apaleaban escualos tiñendo las velas y salpicando el agua de sangre. Mi afición en cambio era bien diferente. Cultivar la soledad. Pensaba siempre que aquella iba a ser mi última estadía y trataba de fijar en mi mente los perfiles de las nubes, sus colores y el ánimo del océano. También adornaba el sombrío vestíbulo de la morada con flores silvestres. La lentitud, el sosiego, la quietud unificadora urdía una resina, un ligamen ávido que consistía en juntar los pedazos rotos de mi corazón. Aunque a veces, los recuerdos, el vaho de cierto alcohol que me precipitaba por la pendiente y la sed. Sentía que aquellos recuerdos eran falsos, flotaban y se tornaban ajenos a mi vida.

Un día caminando por una ladera espléndidamente florecida por retamas, yerbas que acariciaban mis tobillos y el aroma del espliego penetrando en mis pulmones tras varias jornadas de colosales tormentas y vientos feroces, me arremetió uno de aquellos recuerdos. Debido supongo a la presión de esos días de impetuosa borrasca y dificultad del funcionamiento del faro. Bajé hasta una orilla y me senté en el casco de una destartalada balandra, despintada y de maderas churruscadas. Apresé el recuerdo e intenté avivarlo con la brisa. Enfocaba mi gesto en el espejo del aseo de un tren de vuelta. No recuerdo la fecha. Para esas cuestiones siempre he sido torpe o descuidado. Escenificaba en la expresión, el reproche y el desencanto, en el gesto, un inmutable agotamiento. Volvía de mis tres meses en tierra. Tengo la impresión de que era junio. Me descalcé y metí los pies en la mar que el céfiro alisaba y permitía ver con sumo detalle el fondo. En cambio la interpretación de aquel pasado, de la joven que me puso a merced de los abismos, criatura de vitalidad desbordante me parecía del todo artificial pues me despojaba de la propia. Liliana arrojó al mar mi corazón. Escudándose en su inexperiencia cristalizó así mi alma. Miraba al espejo que deformaba el romance, absorbía las sensaciones y resoplaba una emulsión petrificante. Empero los espejos son porosos. Sería por esta cuestión que me abrigaba en la soledad del faro. Me dejaba acunar por sus giros. Al llegar la noche se accionaba la guía tolemaica. Limpiaba las cristaleras y regulaba el depósito de mercurio. Permanecía contemplando absorto la aparición de las estrellas que relucían pureza. Centelleaban sobre el horizonte con una nostalgia amable inmovilizando el tiempo y el mundo. Pero ahora estaba encima del esqueleto de un balandro, renqueante y moribundo y mi mente leprosa allí lo mismo a la distancia. Era Liliana bromeando agazapada en su adolescencia del todo indulgente cuando deshacía la valija y reía mis canas, mi piel bronceada por el océano y los rayos de luna. Me sorprendía al recordar un parecido en el aletazo de su mirada con Isabel. Ante la inercia mía de quitarme la ropa e ir al encuentro del confort y la limpieza. Descorchaba mi cuerpo y recibía el adiestramiento tanteado. Domesticando los espejismos en alta mar. Andaba hasta el otro extremo del pasillo y entraba transformado, comprendía desganado y redimido a la par sosteniéndome a la evidencia. Resolvía los detalles casi idénticos y los rincones de castidad bosquejaban los inevitables paréntesis, integrándose los pedazos abandonados y el esmero de los cuerpos. Quisiera recordar con exactitud si pudiera. Tener memoria de elefante. Su misterioso rito al momento de morir. Porque cuando un elefante siente que llega su hora se aparta de la manada. Elige un acompañante y se adentra en la sabana. Cuando llega al término acepta, dando varios círculos imaginarios, su hora. El compañero regresa con la manada. Pero yo ahora estaba encima del balandro. Llegaba mi hora y debía subir al faro. El cielorraso dejaba caer el sol.

En el lado este de la isla reinaba un silencio oscuro y la rivera parecía la entrada de un mar inhabitado y vacío. En un extremo se encontraba el embarcadero mientras que en el lado opuesto desembocaba un rio vigilado por la casucha del farero. Allá lejos estaba el litoral del continente. El sol se hunde ennegreciéndo la cúpula celeste, dejando una pincelada amoratada en el horizonte que se iba diluyéndo a medida que iba vaciándose mi botella y mi atención se desviaba de las luces del mástil de popa de un petrolero que se encaminaba hacia la profundidad. Atrás quedaban los días de luchas contra la tempestad. La defectuosa visibilidad y comunicación con los barcos. Pero esa noche había arriba un asombroso dibujo de constelaciones. Rosa, me daba la espalda cuando clavaba su ojo en el telescopio. Fijaba con precisión los lentes en la galaxia M31, Andrómeda, y me hablaba de las elegantes espirales logarítmicas allí impresas, tanto como en la concha de los nautilos como en la flor que su nombre defendía. Me puse en pie y abrí una exclusa para que entrara un poco de brisa, la fresca atmósfera me penetraba para desenredar aquel recuerdo del fasto sonámbulo. Tan sensata hablando del juego de atracciones y rechazos de los círculos. Docente cimentación que trataba de apresar según ella mis facultades asilvestradas. Decías incluso que mis ideas eran estúpidas. Insinuabas que tendía a la fatuidad y mis palabras eran falsas monedas cuando por ejemplo presentaba mis motivos para defender que el concepto femenino y masculino no existe por separado y que sólo existen uno dentro del otro. El tropiezo crea balanceos y una espiral como cuando se fusionan las galaxias te decía. Justamente acunaba mis palabras y tú equívocamente Isabel entorpecida la enumeración y la diferencia. Incrustándose las dos para desgajarse lo mismo en el mismo sentido e idéntica razón de aquel corazón mío de eterno retorno al mar. Mi vida disoluta se golpeaba contra tus planes. Las estelas silbando como golondrinas en ese interregno tan Rosa y horriblemente la astucia de nuestros últimos encuentros entregándonos mensajes por debajo de una puerta por culpa de la náusea, el amor dócil y los acantilados que provocaban mis mareos y tus cefaleas simultáneas. Andrómeda se acerca a cien mil kilómetros por hora y de su unión una nueva galaxia.

Parece como si al finalizar la noche en vela quedara expuesto a un lóbrego misterio, rito de renacimiento inconsciente. Faltan quince minutos para que salga el sol y la célula fotovoltaica así lo percibe del crepúsculo, entonces los giros cesan y el mar es abandonado ante la indiferencia establecida por el faro. Bajo despacio los cincuenta metros de la torre. Camino entre los pinares, medroso y cansado hacia el venerable lecho parando antes en la boca del rio, como de costumbre. Quito las ropas y camino por el alfaque hasta hundirme en el agua. Mis latidos se aceleraban. La fuerza de la corriente entraba en mí trasparente e impúdicamente, deleitado por su libertad. Si soltaba el arnés la corriente me lanzaría lejos ante la indiferencia del universo. Así satisfacía mi espíritu en las madrugadas. Entraba después en la casucha y cerraba la puerta con dulzura, resbalaba al sueño para hermanarme con el silencio y la protección del mar.

Es agradecido entre los marineros de duras travesías que vencen la mar gruesa y el intempestivo caos de ciertos vientos la importancia de un faro. A pesar de los adelantos tecnológicos de navegación, el faro es la presencia física que indica la conclusión de que estás de este lado y no de otro lado, distinguir su destello es confirmar el final de ruta. Ambos dormitábamos confiriendo al canto de las sirenas la atención de los avistamientos.



Atardecer en la isla de ibha

14 de julio de 2011

¿Tengo la vida por delante?

Visto un cuerpo que enseña los dientes
a las cenizas del toro sagrado
y lloro mi ardor desvanecido.

              Quién sabe
           no habla.
                          
 Mi alma está consagrada al agua y fluye
                                    puños cerrados / ojos laberínticos
                                                                  todo en orden
                                                         soy un desconocido.

                    *                                          *                                       *


En las ebrias magnitudes navegaré
y de mi boca abismos bramantes
mi boca ardiente
mi boca de virgen vestal
para encender los tonos alondra del cielo
para consumar el sexo sobre grosellas
y el rocío cuando muera el verano
                                                                             Ahora sueño en tu lecho
                                                                             con tu piel de seda azul
                                                                            y sentencia de pisco.

                    *                                          *                                       *


Soy un desconocido porque tengo la vida por delante
                               amarro mis manos
                              a mariposas desbocadas
                               y la sal de la almohada
                                   dibuja el atolón al poniente

Y por azar nací
tras el eclipse de mi madre
vencida la nada y los peniques de Inglaterra
                                            Busco la penumbra
                                        para recordar mi rosa
entre el bosque de los océanos imaginados

          Soñadores y soñadoras de la tierra
     los vientos carecen de dueño

Abro mis puños y el tiempo se desliza
Ondula como una luna envuelta en tristeza


                    *                                          *                                       *


Dos canciones del tercer disco de  "Berrogüeto"    
Alén dos mares música desta terra celta.



                    *                                          *                                       *



XV

il mio fiore è effimero, si disse il piccolo príncipe, e non ha che quattro spine per difendersi dal mondo! E io l’ho lasciato solo!
(*)E per la prima volta si sentí pungere dal ramarico. Ma si fece coraggio:
(*) Ese fue su primer impulso de nostagia. Pero se repuso:
“Che cosa mi consigliate di andaré a visitare?”
“il planeta Terra”, gli rispose il geógrafo. “Ha una buona reputozione…”
E il piccolo príncipe se ne ando pensando al suo fiore.




13 de julio de 2011

“alpHagiografía del señor Bo”


 











 El señor Bo bebía a diario un congio de zumo de alquequenje en un vaso de vidrio. Todas las mañanas bajaba temprano y compraba el fruto suficiente. Algunos decían que con tres quilos tenía suficiente, otros concluían en que era un santo varón, saludaba a la portera y también solía preguntar respetuosamente por su marido tejero mientras remolineaba la fregona en un monolisto de agua ponzoñosa. En el trayecto del ascensor distraíase mirando el políptico que habían pintado los niños del tercero ce con cacareada inquina por gran parte de la comunidad y sobre todo con rijosos insultos de un patidifuso general que vivía oneroso sobre una silla de ruedas de galardones pimpantes. Porque en aquel trayecto que cubría el montacargas había firmas del estilo viva yo y esto, fuera un despecho para una partisana.


   Después del desayuno el señor Bo ensayaba una suerte de faquir y exasperado por la cantidad de puntas dobladas así de alfileres, punzas, tijeras, puntos de cruz, salpicábase como un chinés y juraba durante dos minutos que sería una afrenta no clonar un camello (uno que solía orinar en sus babuchas) por el ojo de una aguja que ya no le valía ni para coser botones. Botones que recogía cariñosamente la portera con la confusión levantada porque las camisas del señor Bo eran bómbices que más tarde si se sostenían asaetados con su hilo por los cuatro orificios se convertirían en mariposas de lenguas parlanchinas que en volavérunt darían vuelta a la manzana. Poseedor a efectos como era de media docena de bastones, debatíanse delante de un espejo cual causaría mayor ilusión a la señora baronesa. Uno similar a un grifo cuyos gorjeos enronquecían queriendo evitar los huecos de las alcantarillas, embravecía nervado con aquellas citas provocando una leve roncha en la palma del señor Bo que se resignaba artero, alabando el pasamontañas verde de la ilustrísima esperando poder sentar en el banco del parque de los cuernos.


  Infructuosamente el espejo loaba más que al príncipe de los gatos aquellos engreídos cayados que daban la somera impresión de sonajeros que goteaban un líquido aún más ponzoñoso que el agua del monolisto de la portera. De tanto que ninguno salía de su redil y el señor Bo se presentaba a la cita con la cabeza gacha ante la señora baronesa que retrocedía medrosa su pamela de plumas verdes pensando en la otra roncha del señor Bo que le iba desde el hipocondrio hasta la garganta del pie. Herida desbocada en una coincidencia conocida de mentas con el vecino general, oneroso de galardones al acecho de una damasquina. Entre arpías el maltrecho general rifaba el precio de una meretriz en aquel clerostíbulo en el que no eran aceptadas prebendas ni visas. Haciendo acopio de circum padre conscripto ardudoso tullido distinguió al señor Bo distraído con una copa y acercósele en un ademán de primazgo inquiriéndole dádiva. El señor Bo con intensa concentración dibujada en el rostro se irguió buscando la moneda en el bolsillo de la capichola, haciéndole un jirón y rascando la pierna desde el hipocondrio hasta la garganta del pie y desveneciándose el burdel en un busílisco semejante al que se da para aliviar el luto en el que nos prohimen el anisado.


 











Un buen día de marzo una endechadora con flecos en los labios le auspició que se casaría con una novicia, de negro lutoso sino ejemcitaba sus reflejos. Desde entonces cosió sus botones y no la portera que le endosó nuevas agujas bien parecidas.


  En esta parte cuenta la historia que para aliviarle el gusto a la portera se casó con su hija mayor, además de regalarle un crucero (ganado en una melee) en el golfo de Patrás con sus suaves anocheceres añil. Los padrinos a la boda fueran unos peces blancos de buena casta que eluctaban el arroz haciendo finas fintas brindando la excepcional ocasión puesto que tendrían que retornar al Rin (Rhein en alemán) donde éste escaseaba. El señor Bo dejó en estado a la vástaga y olvidó su buena costumbre de ingerir un vaso de alquequenje y pertoctar en el clrerostíbulo, aunque organizaba en la bohardilla unas timbas de póquer memorables con unos patefantes que solían dejarlo sin camisa y sin calvicie. Su esposa en detrimento fue perdiéndole el respeto y el idilio. Cierto día, enojada, se lo dijo a su madre que se lo dijo al tejero que a su vez se lo comunicó al inválido general.


  Mientras arriba en el ático jugaba con seis patefantes gastando el tiempo y unas monedas al son de Luis Cobos. Música celestial para los oídos patefantes.



-Permitime el caliebre.- Irrumpió el patefante Índole con dedos pingajosos de escalera de color.-Pero sería bueno que se abriese el ventanusco y se ariease el aira que parece el ropangel de una chimenea-.

-Tienes toda la razón-. Interpuso el patefante Cimarrón que resolvía un descarte con pos filarmónica.- Pero si tú no fumases tanto compadrero no haría la menor falta abrirla-

  El patefante Aureliano guindaba sus riendas en el perchero y medía con una regla de cálculo infinitesimal el espesor del humo descartando que hiciera falta abrir el ojo de buey. Con lo cual el patefante Poemario a las arremangatas y los dedos manicurados en nata les suplicó dignidad y que le sacasen los grilletes.

  El señor Bo deslacrando la garganta tal como condecía el momento, explicó que aquello no era un ventanusco ni un ojo de buey sino un belvedere.

-Es tan hermoso que no existe razón por la que tengamos que abrirla-.  Pero la abrió.
  Y a todo esto, su esposa que estaba colgando las camisas ahora del general desde su balcón al ver surgir la cabeza de su esposo y detrás un cortejo de humo cogió un arcabuz del general disparando y fulminándole la cabeza. Admirado por los reflejos el señor Bo murió en el acto tal como había auspiciado la endechadora de flecos en los labios. Y aleteándole la nariz al general aceptó la dádiva y el envite acostándose con aquella mujer que antes colgaba sus camisas.

 Desalojando con suma nostalgia la bohardilla los citados patefantes; Calderón Caracalla pareció musitar un siempre igual.







Esta historia fue escrita en el año 2002. Si alguna persona ha llegado hasta aquí sin haber sufrido ninguna cardiopatología me permito confesar que de ahora en adelante dejaré de publicar cosas del pasado para esparcirme en mundos más recientes.






4 de julio de 2011

Es un bo


Es un bohemio. Suele decirse cuando alguien trata su existencia desde un peldaño superior y en cambio no busca nada. Sí, es un tipo curioso que hace apología de las múltiples facetas de la vida, pero no se da cuenta de que eso no sirve para el presente, y renegado, desordenado, se encarama  como un gato, y le llamamos bohemio, que  masculla ininteligiblemente.
Tal vez porque la evolución nos ha vomitado un festín de constantes novedades; vacías. Una sociedad cada vez más globalizada. La armonía de intereses y sentimientos justifica nuestra posición, pero si nos ahogan de presente, seremos habitantes en una babel en la que lo primordial será únicamente sobrevivir sin sueños propios. Esa es la luz del bohemio. Fabricarlos. Convertirlos en su periferia. Le es menester además suprimir la seriedad a cualquier institución. Pues son puras abstracciones. Ultimamente se nos hace creer en la crisis económica. Brillante de teorías, todas inexactas. La única verdad es que justifican sus privilegios -los gobiernos- y sin disimulo hacernos víctimas de la misma creencia. La libertad de cada uno –dicen- tiene por límite la voluntad de los demás. Ellos se erigen como el apoyo de la balanza. Su vanidad de mando, bascula la ley del péndulo.
Pero el bohemio no reflexiona sobre estas vaguedades porque le es indiferente el porvenir del mundo. Me mira a los ojos, y admiro su dedicación al aislamiento. Cierro el grifo y lo dejo detrás del espejo. Salgo corriendo de casa, cuando todavía es noche cerrada, y los primeros del día salimos al encuentro de nuestros pesados y aburridos trabajos.

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2 de julio de 2011

Mi corazón es un elefante durmiente”

Se le puede en clamor o susurro mudar
.
La piel sin despertar
.
Alborea entonces / como en un auditorio de caracolas
.
Un prodigio / no demuestra nada pero…
.
Es el atributo conciso de mengano
Perpetuando estrellas de mar
y…
Suenan violines
y…
La memoria caracolea en un sueño bautismal
.
              Caricias que alcanzan un almanaque sin fechas
.
Y así el marfil atraviesa mis arterias
.
El señor mañana          /             se rinde encantado
.
Bebe de mis mejillas la sal del alma
___________________y de la tristeza








Es atinado decir que en sueños
__________________mi corazón navega
con el estrépito y las brechas del tiempo infame

Atolón en el poniente y pijama sin misterio
.
Se desangra fornicando con el destino
.
Urde el ámbar para los insectos
{//]
En la cita con la conciencia {//]insectos[//}
.
El corazón acampa, excava, hurga el abismo
.
Y en la mano vierte palabras
{//]
En la cita con los extraños {//]palabras[//}
.
El corazón amenaza con una invasión
.
Y el latido se convierte en silencio
“””¨¨”””
Es en este preciso instante
.
mi corazón un elefante durmiente




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1 de julio de 2011

“PUESTA EN ESCENA”


El telón solloza en este teatro vacío
Aunque el apuntador ensarta sus oraciones
Pulgada a pulgada, para noquear la improvisación
Expectante de un palco zarpado hace siglos
*_______*________*
El autor compró una entrada y entra
En su boca hasta el lastre; la ciclópea escena
A punto de ser engullido y biografiado
Como un animal inquieto, trompicante
*_______*________*
Encarnada la multitud de personajes sin génesis
Muchos fueron practicando la contemplación,
Rodeando como una resaca el texto, los pulsos
E infames homicidios predichos a la hora precisa
Porqué sí
Todo tiene una fecha de caducidad
Unificante en una ciega voluntad
*_______*________*
Ni decir tiene que yo soy el niño
Sujetando la cuerda del telón
*_______*________*

Yomismo
*_______*________*
Tragando tierra como un gusano fantasmal
De opinión indisciplinada



                                 *******


*/*/

Queridos Riders

on the road


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