/
Aquella noche decidí quedarme en el teatro ya que debía acabar sin demora el dibujo del ciclorama. Se trataba de unas catacumbas romanas con frescos de estilo grutesco. Un friso con fotografías de papas con cuerpos desnudos de mujer. La única luz que me alumbraba eran las diablas y una botella con una vela. La atmósfera enrarecida del escenario propició que mi trabajo avanzara febrilmente y llegara al final con la mayor celeridad. Me acerqué al foso de orquesta y observé que sería imposible agregar más detalles. Era tarde, me senté para dormir con la providencial excusa del trabajo bien acabado. Cerré los ojos pero de inmediato percibí dos sombras que se paseaban en el proscenio. Caminaban repetidamente como si se tratara de un duelo de armas. Froté mis ojos y vi claramente que eran una mujer y un hombre que al pararse giraban y se saludaban. Aunque en una sacaron las pistolas y ambos dispararon.
- Mi nombre es Margot. – dijo Edwing.
- Mi nombre es Edwing. – dijo Margot.
Escuché unos aplausos detrás de mí a los que respondieron los actores con una cortés genuflexión.
Margot – Os damos la bienvenida y las gracias querido público. Señor Corsini y linda Dafne, consideramos un honor vuestra dignificante presencia. En el camerino guardamos el Codex Callixtinus que nos habéis obsequiado pero sus partituras no nos interesan como bien podéis escuchar somos más del far blues.
Edwing – Me gustaría que por una vez no hablases en mi nombre cuando te dirijas al público (Brusco, despectivo) En cada representación hablas de una manera más fortuita, dejas de ser mi eterna amada (Acercándosele, triste) Para ser nada más que mi partenaire.
Margot – ¿Sabes qué es un floripondio?
Edwing – Tu especialidad es afectar gratuidad.
Margot – Pues ni más ni menos que un arbolito solanáceo del Perú, con flores blancas en forma de embudo.
Edwing – Los espectadores se impacientarán sino se la enseñas. Deberíamos congratularnos de su paciencia.
Margot – De su flaqueza (Señalando a Dafne) Porque digo yo, ¿qué diablos hacía esa ninfa escapando del bello Apolo?
Edwing – (Admirado) De su apertura infinita resuena la flauta cual canto de sirena. ¡Oh hermana! ¡Átame a un mástil y oiré sin peligro su música! Quiero ser libre, libre.
Margot – Preparemos un viaje.
Edwing – Roma.
Margot – Todos los caminos llevan a... (Resignación)
Edwing – La libertad es un juego.
Margot – Am, es de sobra conocido que para el topógrafo romano las vías no podían tener curvas, rectas, tediosamente rectas, neutras, rectas y de golpe (Saca la pistola y dispara a mi ciclorama) izquierda o derecha. Pero en ángulo recto.
Edwing – Las rectas carecen de libertad (Apenado)
Margot – Madre de dios. Si tuvieras que transitar los caminos de la cordillera peruana opinarías de otra forma. (Sentándose en postura zen y deslizando un dedo por el suelo) También sería loable que prescindieras de las teorías Euclidianas descritas hace más de mil años. En Roma comprenderás…
Edwing – Que el universo se curva vertiginosamente.
Margot – A excepción del tiempo que es una locomotora. (Mirando las catacumbas de mi ciclorama) Y también a excepción de nuestros silencios. Si callamos noto que nos acercamos a un final.
Edwing – Consideremos entonces un gratificante honor el silencio que proviene de las butacas.
Margot – Es una mierda carajo.
Edwing – Podrías hablar sin ese vocabulario por favor.
Margot – (Dejando su postura zen y sujetándose los pechos) Las palabras verdaderas no son gratas, hemos de actuar. Centrar nuestros cuerpos para alterar nuestras emociones. Bésame.
Edwing – Adiestrar el temperamento. (Recita) Enfriar la sangre y mover los bosques. Escucha amada mía. (Inclina la cabeza recogida en una palma) Conquistemos la paradoja y pongamos la sensibilidad en la picota. Seamos crueles y poderosos. La fuerza es sino la casualidad de la libertad de los demás. Que arda Ro…
Margot – Hazme tuya Nerón.
Edwing - ¡Cómo!
Margot – El mundo deja de girar cuando me penetras, cuando me haces real y sostengo la evolución. Saludo la eternidad. Clavo mis dedos en tu espalda y…(Se abalanza hacia Ed y lo manosea con lujuria)
Edwing – Romaaaaa (Gime y ambos se desnudan para fornicar rudamente).
En el palco escuchaba los aplausos de Corsini y Dafne de cuya cabeza caían hojas de laurel. Corsini sonreía aunque con profunda melancolía y sus enormes ojos brillaban desconcertantes. Inspiraba un sentimiento de animadversión. Le escuché musitar las siguientes palabras. “Esas no son sutilezas. Les retiraré la asignación si no mejoran el espectáculo”
Edwing – No hay nada que hacer. No recibiremos el beneplácito de nuestro proveedor. (Subiéndose el pantalón) Oscilamos entre la negativa y la quietud del olvido.
Margot – Señor, te suplicamos en nombre de…
Edwing – No hables por mi boca he dicho.
Margot – (Con patético asombro se dirige a las butacas) La contemplación del sufrimiento humano desprende un hedor religioso en esta era de hipocresía tan fastidiosa.
Edwing – Los principios predicados por san Pablo acabaron con el arte dentro del hombre.
Margot – Y de la mujer, doblemente insatisfecha. (Mediatizada por el interruptus)
Corsini – Hace justamente veinte siglos. Aunque si mencionáis los devotos rosarios justicialistas tenéis que mentar la Coca-Cola Company y las otras cien cabezas de la medusa.
Dafne – A mí me encantaría haber vivido en el último siglo para ser musa de Andy Warhol.
Corsini – (Levantándose cortante) Dejemos que continúen la obra. Seguid por favor. Continuad la ilusión.
Margot – Eso sí que no lo consiento. La ilusión que mal llamáis aquí representada es la realidad. Son los éxtasis que pudieron haber sido. Es decir; actuamos de verdad.
Edwing – Carajo. Impones.
Margot – Cállate impotente.
Edwing – Es evidente que necesitamos ir a Roma. Quemar las leyes nacidas en el desierto. Somos actores de la apariencia. Perdónala señor porque no sabe lo que dice.
Margot – (Indignada) Somos intrusos y seremos condenados pero tenemos el asilo en los sueños de la vida. La verosimilitud lícita de los que han pagado para vernos.
Edwing – No necesariamente.
Margot – Indispensablemente. (Sin enfadarse) Te diré la verdad. Te conozco desde hace mucho tiempo. Incluso en tu ausencia sentí la llamada del delirio y las palabras obscenas introduciéndose en mi ser.
Edwing – Gracias (Con ternura).
Margot – En cambio he esperado una eternidad para que fundir nuestras almas en un mismo aliento. Asomará el gran público, esa pequeña burguesía que anhela aislar los hechos con afán clasificatorio y nuestra misión será hacerlos subir, compartir nuestra verdad, en gran parte exacta. Cada palabra es un impulso en el aire pero su silencio es un muro, un veredicto. (Se interrumpe) Aunque las leyes se hacen y deshacen según el capricho de los fuertes.
Edwing – Será necesario emanciparlos para hacer de nuestra obra el espíritu del instante.
Margot – Sacarlos de sus casas y vejar sus nostalgias. También tenemos que dejar clara la temática de la obra. Yo soy tu musa.
Edwing – Y si no tenemos éxito tendré que seguir buscando empleo en esta maldita ciudad.
Sería absurdo negar que aquella representación era el borrador todavía vacilante de una obra desconocida. Mis servicios se resumían a pintar el ciclorama, y presenciar aquel jubiloso ensayo de inteligencias y malas palabras era una casualidad misteriosa. Vacilé sobre mi consciencia, pero lo que veía tenía consistencia propia. Aquello que llegaba a mis oídos y transcurría ante mis ojos era del todo cierto. De lo contrario despertaría pues cuando alguien sospecha que sueña de inmediato desaparece el sueño. Además el escenario estaba tal como lo dejé antes de sentarme. Incluso la botella verde en la que introduje una vela para alumbrar ciertos detalles del ciclorama. Meditando sobre estos asuntos, el telón empezó a bajar, los diálogos perdían intensidad. Contemplé que tomaban ahora asiento también gentes que al verme fruncían el ceño. Obligando a abotonarme y alisar la ropa lo más licenciosamente que rezaba el momento.