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- Mariel Manrique -
En el árbol del olvido
introducirás la sal no visible de tu existencia.
Stalker
última parada
socialismo XII
Quiero quedarme en el bosque
donde la encontré. En el mismo bosque donde, si se queda, será condenada. Los
Consolantes aceleran la búsqueda del cómplice. ¿Quién expone estos cuellos de
porcelana a un mordisco homicida? ¿Quién salva de las trampas pacientes y
prolijas a los pequeños monstruos sin madre? Es ella, dirán, es la sin hijos,
es ella la que ampara esta sed anómala como un virus. Ella hizo de nuestras
niñas promisorias un puñado de muñecas tiesas, con los labios cosidos en cinco
cajas blancas. El virus de la rabia empapaba el hilo terminal de la costura. Es
ella, la rabiosa sin pujo de parto. La que quiere parir, colgada de los
árboles, un flujo vegetal entre sus piernas.
Ella se mueve, está
moviéndose como la colonia íntegra en las ramas, convocada por su grito de
alerta. Gritó como gritaba en el centro del patio escolar vacío, un cuadrado
inmóvil y enfermo de sol donde salir a aullar era soltar, como un quejido animal,
el desconcierto. Avanzaba hacia el patio como un soldado mecánico, haciendo a
un lado las murallas de uniformes, con la pequeña mandíbula apretada y ávida de
viento. No cabía más soledad en esas aulas de blandos deditos laboriosos.
Modelaban torpemente las plastilinas, se ensuciaban los delantales a cuadros
con las témperas, volcaban los jarros de leche de la tarde. Eran alegres y
estaban tan seguros que era insoportable. Habían apartado de los juegos a la
que comía con las manos y movía el cuerpo sin control, a la tontita. Eran tan
crueles.
Yo no podía acercarme a la
tontita, le tenía miedo. Los ojos le brillaban de saber tantas cosas
definitivas. Yo no podía mirarla a los ojos. Sabía que su madre lloraría a
causa de mi cobardía, sabía que esa cobardía era crueldad. "El patrimonio
exclusivo de tu especie", se lamenta el jugador de ajedrez. "Si
pudieran tan solo alzar la vista y comprender cómo han sido engañados, cuántos
jarros de leche y cuántas témperas les robaron desde aquellos días, cómo
moldearon los rasgos del presente para hacer tolerable su brutalidad".
Podría hacer el cálculo de
este largo robo. Y, aun así, aun si me alzara y tomara lo que me quitaron, aun
si tuviera que entregar lo que quité, no sabría mirar, sin llorar de vergüenza
y de espanto ante toda esta vida transcurrida, los ojos de oráculo de la
tontita que buscaban una señal en mí, allí donde continuamente yo me ocupaba de
otras cosas. La tontita se hamacaba en su silla como si montara un burro,
aferrada a una crin invisible. Llevaba el pelo escaso recién lavado y húmedo,
con una amorosa raya en su costado y una horquilla floja rematada, en su
extremo curvo, por una cereza plástica. Así de muda y de roja, yo nunca vi una
cereza tan real. Me interpelaba sin que supiera qué decir. Decir no era la
manera.
"Líbrame de mi
analfabetismo sensorial, haz que sepa acariciar esta cabeza y sentir sus
espasmos en la mía. Enséñame a anticipar su mapa ciego, para atenuar el impacto
de sus accidentes y olvidar la ubicuidad soberbia de los que sufrí. Líbrame de
mí como de una bruma. Que mi pelo se lave y se humedezca, que recoja esa
horquilla y se incline sobre el cuello cansado de este burro, que el burro
guarde y mezcle los secretos que le hemos confiado". Porque solo queríamos
que nos quisieran. Quizá no hayamos aprendido, todavía, a querernos bien.
Y aunque frotara las sombras
de colores esfumadas sobre cada pena y quitara el lápiz escarlata de los labios
partidos, sería media violencia la que emergería. "Sabrían al menos que
trepan a los autobuses para asesinarse mutuamente, por obra de la inercia y la
repetición de hábitos, pulidos y lustrados como un revólver", confirma el
jugador, acomodándose el rubí de su turbante. La tontita, que no está en el
tablero, quiere jugar con el rubí, prendérselo en la crin al burro. El jugador
lleva la mano rápidamente a su rubí, como el militar a sus medallas. Protege su
enmohecido signo de distinción, para hacerse oír y no ser devorado.
¿Quiénes se proclamarán sus
traductores, sus intérpretes y sus servidores? ¿Quiénes se inclinarán a besar
su mano? ¿Quiénes lo declararán muerto y escupirán sobre el rubí y quiénes lo
resucitarán para reformular sus estrategias? En todo caso, sería media
violencia la que emergería. La otra media violencia, que jamás podría ser mitad,
es este seco invierno de parálisis que consume la punta de mis dedos.
La tontita se quita la
horquilla del pelo. El Mesías es una cereza plástica cuidadosamente colocada,
como una estrella, en la crin áspera de un burro, allí donde tus dedos deberían
hundirse para ocuparse estrictamente de estas cosas.
El asesino de niñas llora
como un niño, de regreso al estado en el que no asesina. Llora porque su
víctima era frágil, tenía un vestido almidonado con paciencia, desafinaba al
cantar un villancico absurdo. Esa nena era una preciosura. El mundo sería más
simple si él estuviera incluido en el tablero y pudiera parar de llorar.
El árbol gigantesco se
estremece. La colonia se apresta a migrar. Ella se entusiasma. "Migran
para evitar la cacería de los Consolantes. Dejarán velozmente su sitio de
percha. Al pestañear entrecortarás las formas negras, vivas y cambiantes,
impresas fugazmente en retirada contra un cielo sordo. No te ilusiones. La Gran
Persecución se ha derramado como un veneno. Es un veneno contra la rabia. La
colonia no huye. Busca otro lugar para persistir". Es una persistencia sin
crimen. El cielo no escucha porque no puede interpretar ni traducir a los
burros, o a las cerezas plásticas de las horquillas flojas. Me mira sonriente.
"Nunca volveremos a verlos".
Debo moverme hacia otro
espacio, para dejar atrás esta desgracia. Esta manera de vivir, pese a todos
los golpes recibidos, como vivieron nuestros padres. En la colonia no hay
certificados de bautismo, alianza matrimonial, enciclopedias ilustradas,
funerales. No hay necesidad de padres ni monedas. Las obras de mi especie
exigen esclavos.
"Míralos volar".
Se han lanzado a desaparecer. Sin pestañear, intento retener en mi memoria la
secuencia íntegra de la partida. Planean sobre todos los patios escolares. No
entenderían que intentara recordarlos. En la colonia no hay vivos ni muertos
que honrar. La busco para arrojar, juntos, este recuerdo inútil al agua. Pero
ella ya se ha ido.
"Haz que sepa estar
sola. Que haga, de cada estandarte y cada himno, un efímero batir de alas. Haz
que no prometa y que no hable, que coma con las manos y me hamaque en la silla.
Para que ella me ame y coincidamos, sin que yo cuente las horas, en el mismo
sitio".
Hay un árbol vacío, que ya
es otro árbol. Abrazo su tronco porque no tengo casa. Porque mi casa es mi
cuerpo, que ya es otro cuerpo. El tronco sostiene las ramas y la copa, las
ramas sostienen los pájaros, la copa sostiene el cielo. Un árbol no ha
fracasado, no es humano. Un árbol crece para sostener.
Martín Chambi Jiménez |
Martín Chambi Jiménez |
Martín Chambi Jiménez |
Martín Chambi Jiménez |
Martín Chambi Jiménez |
Martín Chambi Jiménez |
Martín Chambi Jiménez |
Martín Chambi Jiménez |
Trascender lo inmediato.
Último alirón. Tañido y lenguaje que traspasa el
sueño. Último terruño de [socialismo]340 de MARIEL MANRIQUE. Que inserta en la cruda domesticidad de la realidad la
pesquisa tras el expediente de suprimir la humanidad. Éxodo de y en, la persistencia. Último báculo
animal zahorí que lame hambre, insumisión del dolor en su injusticia. No es
árbol aquel que te cuelga, aquel que vehicula hacia arriba la escritura. El
ritmo, el paso, engranaje en el cual reparamos sin Consuelo es sin embargo habitar
el hueco para alterar dicha paz. Alterar la sugestión de la materia y la
subjetividad que motiva el modo de estar o percibir el mundo. A veces
impregnamos de vaho el cristal a través del cual miramos y damos vida… “La Gran Persecución se ha derramado como un
veneno. Es un veneno contra la rabia. La colonia no huye. Busca otro lugar para
persistir".
Entonces; la escritura sobre los fragmentos que entran y salen discordantes.
Entonces; la escritura sobre los fragmentos que entran y salen discordantes.
“Es
una persistencia sin crimen. “
vivir en dos niveles, en
la persecución
y migrando
la felicidad
controlada
Acuso a la puta humanidad por crear esta singular carrera
que hasta un niño podría galopar
el murmullo de la
colonia capta el movimiento, como pliega el espacio al buscar un sentido
estructurado y así el panoptismo del asunto
molifica para someter
y resonar. El aviso del encarcelamiento es el mortis exactor fatal que parte al árbol en dos. La corteza, la
parte expuesta, y la interior.
El triunfo no es equivocarse sino ver que es la naturaleza quien se equivoca y ofrece el deseo. La ausencia, y el miedo a equivocarnos. Al par controlar, transformar. Buscamos palabras casi como si inventáramos una religión. Ligazón que circule en los aros del tronco cumpliendo un ciclo desde adentro, desde el agua. El agua se precipita y hace escalas –Aquí
El triunfo no es equivocarse sino ver que es la naturaleza quien se equivoca y ofrece el deseo. La ausencia, y el miedo a equivocarnos. Al par controlar, transformar. Buscamos palabras casi como si inventáramos una religión. Ligazón que circule en los aros del tronco cumpliendo un ciclo desde adentro, desde el agua. El agua se precipita y hace escalas –Aquí
el
yo se hace plural corre
leer, o recordar,
[socialismo] de Mariel me hace ver/concurrir de algún modo hacia el futuro, no
a lo que será sino a lo que es. El ojo del tiempo bizquea como dijo Paul Celan.
Tenemos miríadas
de holocaustos en el interior, algunos
se apolillan y otros se reúnen. Quedémonos en el bosque
donde la encontré. En el mismo bosque donde, si se queda, será condenada.” El poderoso ya no quiere tener hijos.
Al trascender lo
inmediato. Y al comienzo del adiestramiento de la desesperación no salir de la
orilla, ni de la sombra. Escuchando las resonancias de las metamorfosis. Devenires,
ecos, cercos imperceptibles, animales prehistóricos. Siempre se adhirieron las
paredes de las calles con el grito de libertad. Aquel que viene de la
clandestinidad. Tanto dentro de las cárceles como fuera de las cárceles.
¿Entonces, qué nos sostiene? ¿Cuál cerco? La medida de sobrepasarlo tal vez,
como un límite de espectáculo uniformizado, romper el bucle sería encontrar el
sueño del carcelero y descarnar la entraña del poder. El defecto de su retórica tiene una
consistencia babélica que transciende lo inmediato y crece en lo intermedio, en
el intervalo, en el tacto. ¿En qué tacto? El mío cambia constantemente. Los
hábitos de represión se mantienen tan fijos como injustos. La cárcel lacera la
dignidad humana. Creo que para vivir en un mundo de manera Otra hemos de volver
del olvido, recostarnos sobre la hierba y hacer una redistribución de lo
visible. La poesía enuncia la falta
“¿Quiénes se proclamarán sus
traductores, sus intérpretes y sus servidores?”
Es necesario volver a
una infancia para desprenderse de la mente servil. Tener un corazón que ampare
el impulso centrípeto ANTES de cualquier pedagogía punitiva.
Llegar a lo desconocido
como dirían Blake o Rimbaud es una tarea sobrehumana que pide abrir las
conciencias. Volver de lo desconocido es en cambio una tarea humana comparable
al que torna del libertinaje del lenguaje, desfragmentado tras la gestación de
la inocencia. Tras el preverbal encuentro, la primaria posición anterior a
cualquier propiedad. El aliento. Vórtice que desconoce la pausa, lo intermedio.
El abismo.
¿Qué queda después de
leer un poema? ¿Qué eternidad se desvanece en el pudor de nuestro desvelo? ¿Y
por qué hemos de canalizarlo en un margen? ¿La abundancia que sentimos es acaso
infame? ¿El lamento, el quejido del rechazo, la modesta descripción carnal
sufriente no es una realidad, una tiranía de la realidad totalitaria? ¿No es el
lamento un velo que impide desvelar la verdad que portamos en nuestro interior?
¿Por qué preguntar?
Alimentamos la
superstición. Peregrinamos hasta el árbol para arrancar, de nuestro interior la
presunción de saciedad. Triste inmunología. Aquella que predica en el desierto
para salvarse del desierto. Aquella que se desangra en los bosques para
salvarse de los bosques y hallar, el certificado de Vida.
***
Contra—palabra. La afección
de las imágenes atravesada por la “hipocondría melancólica” de Gerard de
Nerval. La humanidad, en el delirio de la imagen, sufre una esquizofrenia de la
apropiación pensando que los poros de su piel debe apropiarse de un exterior y
la poesía lo hace a partir de lo minúsculo, todavía invocación. Aprendizaje. El
límite está para ofrecer. Casi en el silencio del hambre. Cuando menos
significa la palabra. Y todo, o casi todo, son categorías. El espanto de la
realidad de Hegel convirtiendo todo en cristal. Gilles Deleuze en [La
imagen-Tiempo] decía “El cristal es expresión. La expresión va del espejo al
germen.”
Alimentándose en el arte de callar.
***
Las palabras forman parte
de nosotros mismos
más que los nervios.
Nuestro cerebro sólo
lo conocemos de oídas.
Paul Valery