también para ver.... leer el texto socialismo, tenéis la posibilidad ... en el Blog de la autorA Acá
III
Llueve como si lloviera por
última vez. Ellos no lo saben. La colonia íntegra ha ingresado paulatinamente
en estado de hibernación dentro de la cueva húmeda. No hay fuego en la cueva.
Ninguna imagen se reflejará sobre los accidentes azarosos de su superficie.
Nadie, si una imagen fuera reflejada, estaría allí para observar esa distorsión
permanente de la realidad cuyo núcleo evade empecinadamente la pupila. Ellos
parecen muertos pero han remado suavemente, con sus finas y elásticas
membranas, hacia las costas remotas del sueño. Hacen la vertical profundamente
dormidos, como estacas de luto. No, nada debe considerarse perdido para la
historia. Especialmente esta temporada en la que todos ellos, rozándose los
cuerpos naturalmente equipados para administrar cíclicamente su energía,
disminuirán su frecuencia respiratoria y su pulso cardíaco. Hasta la primavera.
Hasta la próxima temporada de caza cuyas primeras luces pueden engañar y
convocar a una muerte imprevista, por frío demorado. O por hambre legítima y
desesperada, imposible de saciar en el exterior mezquino.
Es la hora del imprescindible exilio límbico. Que el jugador de ajedrez enfunde su tablero y coloque las piezas en una caja, a riesgo de perder esta partida, con las extremidades raquíticas y congeladas. Que los padres responsables recluyan a las niñas en sus habitaciones cálidas de cortinas a cuadros, al amparo de sus tutores y sus institutrices. Que las retiren de los establecimientos en los que se asesta la educación formal. El asesino de niñas, desconsolado, vagará por las calles anegadas de una ciudad desierta, que escupe la basura acumulada a presión en los desagües y exhibe los lujos malolientes que algunos osaron desechar y por los que otros se arrancarán los ojos.
En la colonia la vida vira al grado cero. "Apocatástasis", escribo. "Déjame retornar las cosas al estado de inocencia en el que las tuve; déjame retornar al jardín donde cada juguete encontraba su sitio bajo los árboles, antes de los incendios, las requisas, la diáspora". La colonia ha reducido al máximo sus funciones vitales y sincronizado su temperatura con la hipotermia decretada por la meteorología. "Tikkun", dibujo al margen. "Dame las llaves de la vieja casa demolida, donde él, a escondidas, mordió la almohada de dolor; y ella se transformó en ovillo desolado en el espacio exiguo de la única cama, para que él hallara, finalmente, la posición inverosímil donde no doliera".
"No es así", te escucho murmurar en esta cueva. "No hay regreso posible. Desde aquí se repara". Un ejército de frágiles formas de vida nos rodea, inmóviles, inmersas en el río quieto del torpor. "Torpeza temporal; también los osos, también los colibríes la han desarrollado". Recojo en la red de mi cuaderno el retiro voluntario y consensuado de los torpes, que acumularon la energía del pasado para sobrevivir esta estación amarga. Sus diminutos cerebros se disuelven, se hacen de nieve sin perder calor. Así, vueltos hacia dentro en un coma aparente del que un mínimo ruido o el haz de una linterna los-arrancaría,-combaten-contra-el-tiempo.
El orden del día es la autodemolición de los presentes. Mutar en brizna o hebra, locomotora infantil, maniquí u hormiga, antigua estampa postal. Desconectar los circuitos de producción. Poner a dormir la aguja del deseo, como los torpes deseantes duermen en la colonia, ajenos a su milenaria condición de perseguidos, a su módico estatuto de despreciados. Una capa arbitraria de condensación cubre sus cuerpos, como una refulgente túnica de plata. "Cómo saben ser bellos, sin saber", escribís sentada sobre una roca, llorando muy despacio, para no herir este espléndido silencio. También algunos, entre nosotros, han sabido serlo. Sé que llorás por ellos, por las túnicas de plata desgarradas y hundidas, entre burlas, en el barro.
"Tikkun", repito. "Tus pechos no son gemelos de gacela ni tu cuello, una torre de marfil. Tu estatura no alcanza a las palmeras. No llevas sandalias en los pies. Estás descalza en la cueva. En esta cueva cesa lo perfecto; su tiranía se rinde ante la insolencia-de-la-imperfección".
El cronista servil arrojó lo imperfecto al esófago interminable del olvido. El olvido no hiberna. En el refugio invernal, un integrante de la colonia se mueve imperceptiblemente. Truena como si tronara por primera vez. Se envuelve, en su perfecta vertical invertida, en sus propias manos, plegadas como una figura de origami, como un avión estático, en miniatura, de papel.
Es la hora del imprescindible exilio límbico. Que el jugador de ajedrez enfunde su tablero y coloque las piezas en una caja, a riesgo de perder esta partida, con las extremidades raquíticas y congeladas. Que los padres responsables recluyan a las niñas en sus habitaciones cálidas de cortinas a cuadros, al amparo de sus tutores y sus institutrices. Que las retiren de los establecimientos en los que se asesta la educación formal. El asesino de niñas, desconsolado, vagará por las calles anegadas de una ciudad desierta, que escupe la basura acumulada a presión en los desagües y exhibe los lujos malolientes que algunos osaron desechar y por los que otros se arrancarán los ojos.
En la colonia la vida vira al grado cero. "Apocatástasis", escribo. "Déjame retornar las cosas al estado de inocencia en el que las tuve; déjame retornar al jardín donde cada juguete encontraba su sitio bajo los árboles, antes de los incendios, las requisas, la diáspora". La colonia ha reducido al máximo sus funciones vitales y sincronizado su temperatura con la hipotermia decretada por la meteorología. "Tikkun", dibujo al margen. "Dame las llaves de la vieja casa demolida, donde él, a escondidas, mordió la almohada de dolor; y ella se transformó en ovillo desolado en el espacio exiguo de la única cama, para que él hallara, finalmente, la posición inverosímil donde no doliera".
"No es así", te escucho murmurar en esta cueva. "No hay regreso posible. Desde aquí se repara". Un ejército de frágiles formas de vida nos rodea, inmóviles, inmersas en el río quieto del torpor. "Torpeza temporal; también los osos, también los colibríes la han desarrollado". Recojo en la red de mi cuaderno el retiro voluntario y consensuado de los torpes, que acumularon la energía del pasado para sobrevivir esta estación amarga. Sus diminutos cerebros se disuelven, se hacen de nieve sin perder calor. Así, vueltos hacia dentro en un coma aparente del que un mínimo ruido o el haz de una linterna los-arrancaría,-combaten-contra-el-tiempo.
El orden del día es la autodemolición de los presentes. Mutar en brizna o hebra, locomotora infantil, maniquí u hormiga, antigua estampa postal. Desconectar los circuitos de producción. Poner a dormir la aguja del deseo, como los torpes deseantes duermen en la colonia, ajenos a su milenaria condición de perseguidos, a su módico estatuto de despreciados. Una capa arbitraria de condensación cubre sus cuerpos, como una refulgente túnica de plata. "Cómo saben ser bellos, sin saber", escribís sentada sobre una roca, llorando muy despacio, para no herir este espléndido silencio. También algunos, entre nosotros, han sabido serlo. Sé que llorás por ellos, por las túnicas de plata desgarradas y hundidas, entre burlas, en el barro.
"Tikkun", repito. "Tus pechos no son gemelos de gacela ni tu cuello, una torre de marfil. Tu estatura no alcanza a las palmeras. No llevas sandalias en los pies. Estás descalza en la cueva. En esta cueva cesa lo perfecto; su tiranía se rinde ante la insolencia-de-la-imperfección".
El cronista servil arrojó lo imperfecto al esófago interminable del olvido. El olvido no hiberna. En el refugio invernal, un integrante de la colonia se mueve imperceptiblemente. Truena como si tronara por primera vez. Se envuelve, en su perfecta vertical invertida, en sus propias manos, plegadas como una figura de origami, como un avión estático, en miniatura, de papel.
88888
888888
8888888
888888
8888888
IV
Pablo aumenta la velocidad,
gira súbitamente en el aire y apresa al pájaro por la cabeza. El procedimiento
de captura y deglución es rápido y transparente. El pájaro
se desespera, reduce progresivamente su nivel de agitación y es finalmente pura materia digerible, como cada insecto que un pájaro devora. Pablo desgarra esa materia inerte utilizando los pulgares y la mastica con avidez. Las sobras caen de la rama. Serán la única huella de Pablo cuando la colonia migre. Fotografío las sobras y anoto el número de la fotografía en el cuaderno, bajo la descripción "sobras del pájaro atrapado por Pablo". En la colonia no se han construido horcas ni hogueras, doncellas de hierro ni collares de púas. Nidos, tampoco. En la colonia se usa lo que existe. Se transforma en hogar provisorio la grieta en el campanario de la catedral. La lucha de clases es, en principio, la lucha por la carne de un pájaro vivo y luego por las plumas irisadas de un pájaro metálico. Pablo se alimenta para no morir, en base a estrategias de cortísimo plazo desprovistas del horror inherente a cualquier mecanismo a cuerda.
se desespera, reduce progresivamente su nivel de agitación y es finalmente pura materia digerible, como cada insecto que un pájaro devora. Pablo desgarra esa materia inerte utilizando los pulgares y la mastica con avidez. Las sobras caen de la rama. Serán la única huella de Pablo cuando la colonia migre. Fotografío las sobras y anoto el número de la fotografía en el cuaderno, bajo la descripción "sobras del pájaro atrapado por Pablo". En la colonia no se han construido horcas ni hogueras, doncellas de hierro ni collares de púas. Nidos, tampoco. En la colonia se usa lo que existe. Se transforma en hogar provisorio la grieta en el campanario de la catedral. La lucha de clases es, en principio, la lucha por la carne de un pájaro vivo y luego por las plumas irisadas de un pájaro metálico. Pablo se alimenta para no morir, en base a estrategias de cortísimo plazo desprovistas del horror inherente a cualquier mecanismo a cuerda.
Las vísceras del pájaro
permitirán a Pablo el cortejo sexual, el descanso prolongado en el sitio de
percha y la acrobacia exquisita e inútil. La cosa, física y brutal, es la llave
del goce. Pablo la devora pero no la posee. "Nuestra lucha es, por el
contrario, una lucha a muerte", escribo mientras las nubes pasan sobre el
metal del equipo de visión infrarroja. En la colonia no hay bibliotecas ni
cementerios. La huella de Pablo es una sobra aleatoria.
Al jugador de ajedrez le
roban una pieza con forma de carne de pájaro. Deberá ser bello en su
perseverancia. El rostro de las flores busca el sol débil de cada día. Es la
pedagogía espontánea del heliotropismo, que acuna y serena a los mortificados.
El tejido vegetal turgente puja para elongar el segmento sombrío. Abjura de
cualquier metáfora ridícula acerca de la luz, diferida y degradada en toda
metáfora. "Tu reino no vendrá a nosotros". Al jugador de ajedrez lo
distraen con pájaros de retina de vidrio. Deberá ser astuto en el templo de los
fariseos. Atesorar bajo su mesa la horrible escena del martirio doblemente
asfixiada, por el verbo inconexo del teórico y la mano que estrangula sin
soltar, y la escena prohibida del desvío que aún no puede mostrarse.
"Béseme él con los besos de su boca, aunque él no sea mío, aunque yo no
sea suyo. Me he desnudado de mi ropa, he ensuciado mis pies; hemos mordido los
anillos de oro con nuestro sexo duplicado".
Te doy mi abrigo de lana. En
las proximidades del acantilado se iniciará la migración. El frío se apoya,
como un peso en la silla, sobre el peso y el paso de cada frío precedente. Como
una bota en la huella del cazador insomne. La silla cede al oficio de la nieve.
Ceden las sogas secretas que enlazan las sillas. "Fue nuestro el don de la
profecía y descubrimos los misterios. De nada servirá haberse querido si esta
ira no asedia la ciudad helada".
Caen las heces de Pablo y se
mezclan con las estrictas sobras de su almuerzo. Ésta es, para los hijos que no
bautizará y la posteridad que ignora, la calidad extraordinaria de su herencia.
- Mariel Manrique -
88888888888888888888
(… de cómo no poner nombre)
… al carecer por sí mismo de nombre carecen también de
rostro.
Rastrear. Enunciar el hambre …
“El rostro del
negocio: sabe lo que no suelta;
otra cosa no
sabe”.1977-apuntes-E.C.
…imposible de saciar
en el exterior mezquino” M.M.
Los muertos son encaramados. Las palabras son invocadas. Así
exfoliar el interior, purgar al enemigo puer reflexivo, podar la rama donde germina el vientre y seguir
extraviados y ciegos a ras de tierra, contra natura, contra muerte. Poesía, Contra-palabra. Contra las reservas de
excedencia, de impotencia, la lucha por los medios y no el fin. La belleza
jamás será impuesta, nos dice Mariel y basta ya. Niega la política, el lenguaje
no es el mismo para una ficha de ajedrez que para unas vísceras de pájaro. Pero
a su vez hay una comunión entre movimiento de alfil y pájaro, y es en otro
lugar. Renuncia.
Sin principio ni fin, ¿qué cosa/otra es posible dar? Límite
allende el cuerpo, colonia que se transforma
Lejos de las imitaciones a medio precio. Más allá del aquelarre de un
tiempo convulso —Resonancia y recogimiento, propósito y estética. La materia
es concreta Incluso carece de puntos de fuga. Sólo una línea cruza dicha
materia y rompe la Forma.
Deshila el rostro, capaz de a(r)mar el bloque de fuerzas centrípetas. Mecanismo que desmolda la turbación: habría que preguntarse; dónde está el límite del hombre. Y cuándo acaba la función del autò(r)mata. El hilo. Soledad afincando el teatro interior sobre la superficie de su turba.
Deshila el rostro, capaz de a(r)mar el bloque de fuerzas centrípetas. Mecanismo que desmolda la turbación: habría que preguntarse; dónde está el límite del hombre. Y cuándo acaba la función del autò(r)mata. El hilo. Soledad afincando el teatro interior sobre la superficie de su turba.
Si la simiente
hila
desde la entraña
algo
apresa
el principio de actuación
contra
toca
insta la sensualidad
expone y contempla
se expone
mide la distancia
contra la razón.
— En el samsârâ y en el nirvana
no hay geometría, no se encuentra la “yuxtaposición áspera”
de ninguna sintaxis.
Ninguna estructura sólida
hace balsa
no
el rostro
no es un peligro
se atraviesa nada más
un pájaro se acerca
al centro del tablero
llega a decir
boca.
No. El nirvana tampoco satisface. Tal vez la poesía
explique las particularidades del fenómeno humano, deflagre el magma y nomadice la roca. Que el caldo del tiempo y
espacio esté cocido dice la belleza. —Nada está quieto. Sin eco, sin
conciencia, sin nombre
sin atavismo
Amputar la boca a la sien mordida.
Hoy, —escribo
llega decir
boca
Los extragiros del derviche Mariel Manrique toman toda la luz y oscuridad del mundo. Su loca mundanidad. Para hacer visible lo invisible hace falta libertad y giros. Lo invisible define por emulsión el acústico paisaje acuático. El destello del lenguaje jamás estará en lo visible si no en la hienda adonde el límite quebrado deriva. EN Socialismo algo rompe la hegemonía de lo obvio. Un lenguaje que no es una moral ni pertenece al lenguaje de los poetas y titila
cae
con la virtud del pobre llena de escorias y vida rebelde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
o tu no-comentario