Cambio. Supongamos que la poesía viaja con las manos vacías y confecciona
una serie de sugerencias, evocaciones o símbolos, para alinear entre esa/esta
realidad dada. Cambio. Pero dentro de una individualización como práctica. No
como ofrenda. Pues la catástrofe no está a la espera. El nido se ensancha con
la respiración. Y las manos traen trozos de madera —que no fluya la tempestad.
Ni el rebaño paste el cerco. Restringida libertad para la carcoma y su
conciencia como intervalo en cambio.
Hace unos meses tuve la loca idea de traducir unos poemas antiguos de Jorie, encontrados por la
web. Si queréis ojearlos mirad luego desde la etiqueta de la autora. Llegué a
ella por stalker y Rubén Martín, traductor de Rompiente. En aquella fecha desconocía el trabajo de Rubén tras la/el
gota, gota, gota…/ que temo feliz licuación aquí hilada, este centrípeto libro de
la editorial Bartleby.
Dos poemas dos.
Dos poemas dos.
Bartleby Editores
edición bilingüe
traducción
Y
prólogo de
Rubén Martín
ESTO
Luna llena, y las ramas del
árbol vacío—corrección—las ramas
del árbol,
la exponen y recatan, de
repente, la dejan fluir y aumentar un poco, después
la envuelven otra vez,
tratándola como algo sin
valor, ningún tesoro allí arriba se torna más
azul e incandescente,
cuando el viento agavilla las
altas y extendidas ramas con in-
teligencia
en su nerviosa continuidad—de
este minuto, de aquel—
Toda la luz de allí
toca estas ramas como cuerdas
hasta que
puedes
escuchar la
helada ofrenda del invierno
que es el viento entre los árboles que velan y
desvelan la luna, y hace
frío y
dentro de la casa de
alguien
manda instrucciones. Alguien cree que la muerte se puede
reparar.
Dentro hay magia, las huellas
de pisadas nunca se hacen
visibles. La luna extiende
su fluido en este ir y venir
humano sin dejar allí huella.
La luna
por toda la
idea de que este “todo”
podría ser ( y a quién le
importaría) un
juego. Ruido, sacerdotes,
provincias, códigos postales,
se enroscan en la hierba
en torno a él. Los
colectivos
toman el poder. El honor
existe. El castigo justo existe. El sonido de
esclavos que no
son liberados. A los que se
dice: queda otra vez pospuesto. La esperanza tal
como ahora existe en
ellos. Los que una vez
vivieron cómo no están
aquí en esta
luz de luna, y cómo hay cosas
en ella de las que uno se avergüenza
al instante, y también, al
con-
templarla,
el sentimiento de
una lengua materna en la boca—y cómo, al mirar más lejos, puedes
hacer que esos árboles se
apoyen, argentados, en
la idea de lo universal—apoyarse
realmente—los extremos de las ramas intentan
arañarla—
Hasta que crepita en uno:
cómo podría uno engendrar, es lo que dice el
resplandor, y que no
existen países
lejanos, sí los enemigos, y
como si buscases el gran manto de
individualidad (luminoso)
y de
inocencia y fortuna—levanta
tu mirada: el torturador bosteza esperando que termine
su día—se apoya en
los árboles para descansar,
el instrumento destella, él levanta su mirada.
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Cat
bond.
Catastrophe bond. Cambio. El diluvio universal. El
Apocalipsis. Y la sangre primero. Somos ecosistema, y la sangre primero. Ella y
nosotros nos agotamos, desplegamos el acontecer que fuimos. El acontecer, pasa
por agencias de calificación previa entrada de un tifón que acaba con la vida
de 10.000 personas. Cambio. Cat bond. Sólo tres de los doscientos cat bonds emitidos desde hace quince
años han sido liberados. Supongamos que 27 de ellos, emitidos en el año 2007
tienen un importe de 14.000 millones de dólares. Los signatarios de dichos
contratos contribuyen al cerco para-que-nin-gún-pez-esca-pe. Para que el dolor
no hable, el radical ha de ser extirpado, medida común para límites impuros. Si
el radical no es más que una perpetua e insidiosa interactuación erradicable.
Politizable. Hágase tu catástrofe sobre nosotros, desgaja nuestros miembros
pensantes. La objeción es sitiada. Evaluar el daño. Reflejar el daño hasta que
deje de ser viviente, y percepción. Y llegar a ser objeto/sujeto inerte. Nido.
Nicho. Negro palmarés.
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NINGÚN
LARGO DESVÍO
Anochece. No del todo.
Fuertes vientos otra vez.
Tengo
tiempo, mi tiempo, igual que tú, ahí, siénte-
lo. Y
un corazón, mi corazón, como tú,
recuérdalo.
También estoy segura de algunas cosas, hay recados
que hacer, esto fue una travesía, uno
tiene
un rol preestablecido… Esto resultará ser
falso
pero me sirve
aquí en este anochecer al llega el crepúsculo. Uno ha de creer
también
en el viaje de los otros. La oscuridad
se
congrega. Está avanzando pero no hay
progreso. Está avanzando con su vientre cargado de
minutos. Parece masticar a medida
que
oscurece. Había, en tal momento, además,
un compromiso con
lo que llamamos decir
la
verdad. Nos
gustaba
sentir
eso—la
verdad—fuera lo que fuera para nosotros—puedo aún
sentirlo en mi
mirada, esta noche, mucho después de que se vaya, ese hallazgo de todas las
sutiles diferencias
los
contornos, el bolso con tus posesiones, ahí, cerrado de golpe,
lo tienes, ahí,
es tuyo de verdad—aférrate a ella igual que
la
luz agonizante
aprieta
la lavanda contra su corazón, firme, lenta, comenzando a
esconderla, a
hurtarla, a fingir que nunca hubiera
existido.
Junto a la ventana, me quedo ab-
sorta.
Su excelencia el anochecer, empiezo. Para qué tanto artificio. Estoy
cruzando
tu puesto fronterizo hacia un país que
desaparece, es
desaparición. Mi habitación de techos
altos (miro
hacia
arriba) solo sobrevivirá
a lo
invisible
mientras
tengamos
los
medios
para mantenerla. Miro hacia sus haces de luz. La
alfombra que proyecta hacia arriba su trama—
burdeos, dorado, aguamarina, negro. Es de hecho
una urgencia, este despertar y atarearse y
después limpiar, y luego dormir otra vez, y luego
te levantas, los 15.000 años de
período inter-
glacial,
y los pedidos y el conseguir y el
retroceder en el tiempo y el volver a activarlo, y
¿te acordaste? ¿conseguiste cruzar? ¿perdiste
otra vez la dirección? ¿no te escupió el papel, la
máquina? ¿la obedeciste, a la máquina? —
sí, sí que lo hice, y el
muro
que hay detrás
pronunció
el alto arbusto después se lo llevó
de nuevo. Casi puedo convocarlo. Como si conjugara
un verbo. Vuelvo la mirada a través
de
este tiempo
hasta
alcanzar a aquel. No te lo creerás
cuando
llegue
la hora. O cómo hemos llorado nuestros—muertos—
tuvieron
amplia
tierra, se tomaron su tiempo, lo abrieron, lo
cerraron—“nuestra
tierra, nuestros
muertos”
los llamamos, y vivimos
el duelo, y
tuvimos estricta comprensión de la victoria y la derrota… Anochecer,
¿qué
es de esas traiciones, las que quedan,
y quién las llevó a cabo?, me pregunto
ahora
cuando la
sensación de lo que se avecina posa los hombros en todo el horizonte, puedo
verlo
aunque
esté decapitado, su intención sea
confusa,
los posibles resultados
inimaginables.
Tienes tu imaginación, dice el anochecer. Es todo lo que
te
queda, pero tiene el cuello abierto, la garganta
seccionada, no
has olvidado cómo cantar, o cómo querer
cantar.
Es
extraño
pero aún
necesitas
contar
tu historia—cómo
os conocisteis, el abrigo que uno llevaba, la sombra de tal guerra, y cómo-
desapareció,
y
cómo volvió la paz
a
esa parte del
planeta, y la
primavera posterior a vuestra guerra, y cómo empezó otra vez “la vida” lo que
era
normal—miles
de veces
quieres
decir esto—lo normal—apretando la mano
de alguien—y los
álamos, lo mucho que crecieron mientras estabas
fuera—
¡su
altura! y la lámpara de papel que te tocó
portar—la
claridad de su luz, de su
fuego, cómo
iluminaba el cuarto—era tu cuarto—estabas sola en él y podías dormir
sin
preocuparte y
soñar—el invierno
afuera y el mantel bordado—fruta y agua—ni siquiera te
preguntabas dónde
estaba el árbol que daba esa fruta, dormías con mantas como si carecieran de
existencia, el calor se daba por hecho, la lluvia cayendo ahora con fuerza, qué hermoso ruido—podías rumiar, la mente viajaba de regreso a esos días, despreocupada, evocaba la
existencia, el calor se daba por hecho, la lluvia cayendo ahora con fuerza, qué hermoso ruido—podías rumiar, la mente viajaba de regreso a esos días, despreocupada, evocaba la
con-
versación
del anochecer, la luz caía en el rostro de x, como se dio
la vuelta cuando cierta persona entró en el cuarto—lo viste girar—viste la timidez luego la envidia dado que viste deslizarse del bolsillo de una mujer asustada en el metro,
la vuelta cuando cierta persona entró en el cuarto—lo viste girar—viste la timidez luego la envidia dado que viste deslizarse del bolsillo de una mujer asustada en el metro,
usar y reemplazar—el
sueño se acercaba— algún lugar en el que fuiste niña y después este
ahora, telón de
noche y distensión, hospitalidad—
hay
sonidos que el planeta siempre hará, incluso
si no hay nadie
para oírlos.
JORIE GRAHAM
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El mundo no es poseído, no es rehén más que de sus límites. Allí donde los
centros de poder incrementan su inestabilidad. La luna reflejada en el ovario
de una acacia nos lo recuerda. Escuchad el silencio debajo de sus ramas. Ya no
se puede pensar en una naturaleza hostil, y otra buena, sometida por la
autobiografía de una humanidad de gloria mediocre, y contra natura, como se
vive contra la muerte. No. La humanidad antepone la belleza a la naturaleza,
jamás podrá imitarla. Realiza calcos. Acumula la escritura que mantiene el ego de un propietario de nada, nada. La
naturaleza no es ya visible, ya no es una imagen. Acaso sonidos. Ocaso oído.
Se nos educa para los sentimientos. Creo que hay incluso unos dibujitos
llamados emoticonos para cada uno de los sentimientos del ciudadano medio
inseparable de su artefacto tecnológico inmovilizador.
¿Y los afectos?
¿Y el cuerpo descubierto?
El cuerpo se cubre con la similitud, la distancia introducida por la grafía que calcula aquel hallazgo digno de considerarse parecido, bien cerrado. Pecunia. Cambio. La asimilación admite la apropiación. Cambio. No. Ahora escribo, o es mi rostro movido por las poesías de Jorie Graham que intenta, atrapar un lenguaje que vierta un mínimo de infinito a la esencia de su poesía. Imposible precisar desde donde ni hacia donde —No es carne. Advierte el inconsciente.
¿Y el cuerpo descubierto?
El cuerpo se cubre con la similitud, la distancia introducida por la grafía que calcula aquel hallazgo digno de considerarse parecido, bien cerrado. Pecunia. Cambio. La asimilación admite la apropiación. Cambio. No. Ahora escribo, o es mi rostro movido por las poesías de Jorie Graham que intenta, atrapar un lenguaje que vierta un mínimo de infinito a la esencia de su poesía. Imposible precisar desde donde ni hacia donde —No es carne. Advierte el inconsciente.
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"Alguien cree que la muerte se puede reparar"
ResponderEliminar…. “Alguien… “
Eliminar…también a mí me llamó la atención esa “frase”, debería decir fraseo… pues en verdad siento que podría hablar infinito sobre cada vertiginoso verso de este libro. Nada está sujeto. Nada es sujeto. Nada es un significado, nada tiene que ser un signo. El afán por acumular puede estar muy bien en el terreno de la arqueología tal vez, tema que últimamente estoy leyendo. ¿Pero la vida, la poesía?. Tiemblan constantemente. Si carecen de tiempo o espacio, no es debido, a luz debida, a… muerte o nacimiento debidos. Si no por sus movimientos. Lo que dicen las palabras. Desaparece. Creemos que se quedarán las palabras centinelas y solamente quedan centelleos, senderos tal vez. Nunca podrá nadie decir exactamente aquello que observa. ESTO es aprovechado sin duda por el verdugo. “Alguien cree que la muerte se puede
reparar”… lo hará. Mientras adoramos la figura del árbol, irán colgándose cuerpos. Desarropando quizás la piel tras una fatigosa formación…. obediencia, de nosotros depende qué vida queremos, qué queremos formar, qué existencia queremos experimentar, qué verdad interior plantar.
Es como andar de puntas hacia sensaciones que van de lo ancestral hacia lo contemporáneo. Las pisadas del hombre en medio de su civilización en ruinas.
ResponderEliminarGracias por traerla. Un abrazo