Al no disponer
todavía de desplazamiento, ubicado en un centro sin subordinación, sin forma,
y aislado como
una sombra fijada al acorde de un abismo,
repito un poema
antiguo, acompañado de unos textos.
***
Expectante
La luna se rompió en el mar
y de sus trazos orillados al abismo
rozan mis manos el reducto de un espacio incesante
cicatrizando con alas la historia de un abismo
insatisfecho
Apetito de deseos.
Desdoblamientos
hojas que son suerte de expiación
hojas que son suerte de expiación
apetito de luz y aire.
Creo que fue al nacimiento de noción
cuando nos sentimos insectos panza
arriba
Un picnic
La mesura de las sábanas
el poliedro del parque
el pie
acariciando sus retornos
hacia adentro
confeccionando la soledad.
audio
Tetsuya Ishida . 1997 |
Si todos los hombres menos
uno se conformaran con ser esclavos y soportar, sin necesidad natural,,
cualquier clase de sufrimiento, aquel hombre solo tendría razón para rebelarse
y reclamar su libertad y su bienestar. El voto, el número, no decide nada; no
crea ni destruye el derecho.
[…]
¿Qué es el gobierno?
Hay una enfermedad del pensamiento humano, la tendencia
metafísica, que hace que el hombre, después de haber abstraído por un proceso
lógico la cualidad de un objeto, se encuentra sometido a una especie de
alucinación que le induce a tomar lo abstraído por real. Esta tendencia
metafísica decimos, que, no obstante, y a pesar de los triunfos de la ciencia
positiva, tiene todavía profundas raíces en el espíritu de nuestros
contemporáneos, hace que muchos conciban al gobierno como un ser real, dotado
de ciertos atributos de razón, de justicia, de equidad, independientes de las
personas en que encarna.
Para ellos, el gobierno, o más bien el Estado, es el
poder abstracto, es el representante, abstracto siempre, de los intereses
generales; es la expresión del derecho de todos, considerado como los derechos
de cada uno. Este modo de concebir el gobierno aparece apoyado por los
interesados, a quienes importa salvar el principio de autoridad y hacerlo prevalecer
sobre las faltas y errores de los que se turnan en el ejercicio del poder.
[…]
Un gobierno no puede existir mucho tiempo sin encubrir su
verdadera naturaleza bajo una máscara o pretexto de utilidad general. No hay
posibilidad de que haga respetar la vida de los privilegiados sin fingir que
trata o procura hacer respetar la de todos…
Errico Malatesta
( 1853-1932 ) “Folletos”
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Tetsuya Ishida .2004 |
DESASOSIEGO REVOLUCIONARIO
Además de la apropiación subjetiva del progreso técnico y
social en el marco de la cultura del dejarse
hacer, o del sistema de las pasividades condicionadas, la modernidad
produce también una cultura del desasosiego anímico basado en la renuncia a
esperar los resultados de un progreso lento. Cultura del desasosiego que
implica una profunda desconfianza hacia la mayoría de las formas del
dejarse-hacer-algo- Aquí entraría en juego el motivo de la crítica de la
dominación, para la cual el poder y el abuso de poder son sinónimos. Los
extremismos que desde el siglo XIX se extendieron por europa occidental y Rusia
y que desembocarían en las revoluciones del siglo XX tendrían su raíz en la
intranquilidad anímica y en la negativa general a aceptar cualquier forma de
pasividad.
[…]
[…]
Hemos de agradecer a la gente desasosegada de los tiempos
modernos la demostración de lo que puede pasar cuando se niega este
presupuesto. Los partidarios de posiciones extremistas se negaron a aceptar
este ejercicio de equilibrio entre la paciencia y la impaciencia, optando por
una aceleración radical de las cosas. Según ellos, la verdad está en el
desequilibrio: lo bueno es; para ellos, unilateral y partidista. El axioma del
anhelo adscrito a la radicalidad es no cejar nunca en su impaciencia. El único
progreso respetable –que solucionaría de raíz la cuestión social- no viene, según
la opinión de los representantes del extremismo, poco a poco, sino que tiene
que representar una ruptura repentina e inconciliable con la marcha
acostumbrada de las cosas. No es un paso más por un camino ya marcado, sino más
bien el recorrido salvaje por un territorio sin caminos. La revolución se
construye ella misma sus caminos, en la dirección fijada por ella. Ninguna
carretera de enlace del pasado podría indicar dirección alguna hacia la que se
deba seguir. En la conquista, que persigue, de lo improbable, los realistas de
ayer no serían los adecuados para planificar la ruta.
Los adeptos a tales ideas se apoyan en la objeción de que
no se debe dispensar ninguna confianza al aparentemente necesario carácter
paulatino del progreso. Pues tras él se esconde la ralentización culpable del
desarrollo por parte de una clase dominante que lo obstaculiza y que,
secretamente, está firmemente a hacer esperar al pueblo hasta el Día del
Juicio. Cuando habla de progreso se referirá a la eternización del status quo. Donde mejor se conoce esta
tesis es en su versión marxista, según la cual solamente la “avidez de
ganancias” de los proveedores del capital hace imposible la liberación general
de las “fuerzas productivas” a favor de los trabajadores –expresión equiparada,
la mayoría de las veces despreocupadamente con la de “pueblo”-. También
encontró una amplia resonancia el lema anarquista, de que los obstaculizadores
del progreso han de ser buscados, en primer lugar, entre los representantes del
Estado y de su aliado más notorio, la Iglesia, razón por la cual únicamente la
acción directa contra ambas instituciones podría realizar la desestabilización
necesaria de las relaciones establecidas. Sólo almas que ya están muertas se
dejarían embarcar en ese principio de un progreso paulatino. Quien moralmente
esté aún vivo prestará atención las
voces que dan testimonio, aquí y ahora, de lo insoportable que es la situación.
De ellas recibe el que se revuelve contra lo dado el mandato de un vuelco
inmediato. El joven Marx formuló de un modo inolvidable lo que es el imperativo
categórico de la revolución: el deber absoluto del activista es “dar un vuelco
a todas las relaciones sociales en las que el hombre es un ser humillado,
esclavizado, abandonado y despreciable”.
Peter Sloterdijk
“Has de cambiar tu vida” (2012)
Matt Brackett_When the Wind is Blowing in the East 36h x 36w oil on linen on aluminum panel 2011 |
“Progreso” no es un término neutral: se mueve hacia fines
específicos, y estos fines son definidos por la posibilidad de mejorar la
condición humana.
[…]
Las áreas más avanzadas de la sociedad industrial
muestran estas dos características: una tendencia hacia la consumación de la
racionalidad tecnológica y esfuerzos intensos para contener esta tendencia
dentro de instituciones establecidas. Aquí reside la contradicción interna de
esta civilización: el elemento irracional
de su racionalidad. Es el signo de sus realizaciones. La sociedad
industrial que hace suya la tecnología y la ciencia se organiza para el cada
vez más efectivo dominio del hombre y la naturaleza, para la cada vez más
efectiva utilización de sus recursos. Se vuelve irracional cuando el éxito de
estos esfuerzos abre nuevas dimensiones para la realización del hombre. La
organización para la paz es diferente de la organización para la guerra; las
instituciones que prestaron ayuda en la lucha por la existencia no pueden
servir para la pacificación de la existencia. La vida como fin difiere
cualitativamente de la vida como medio.
Nunca se podría imaginar tal modo cualitativamente nuevo
de existencia como un simple derivado de cambios políticos y económicos, como
efecto más o menos espontaneo de las nuevas instituciones que constituyen el
requisito necesario. El cambio cualitativo implica también un cambio en la base
técnica sobre la que reposa esta
sociedad; un cambio que sirva a las instituciones políticas y económicas a
través de las cuales se estabiliza la “segunda naturaleza” del hombre como
objeto agresivo de la industrialización. Las técnicas de la industrialización
son técnicas políticas; como tales, prejuzgan
las posibilidades de la razón y la Libertad.
[…] La productividad más alta del trabajo puede
utilizarse para la perpetuación del trabajo, la industrialización más efectiva
puede servir para la restricción y la manipulación de las necesidades.
Al llegar a este punto, la dominación –disfrazada de
opulencia y libertad- se extiende a todas las esferas de la existencia pública
y privada, integra toda oposición auténtica, absorbe todas las alternativas. La
racionalidad tecnológica revela su carácter político a medida que se convierte
en el gran vehículo de una dominación aún más acabada, creando un universo
verdaderamente totalitario en el que sociedad y naturaleza, espíritu y cuerpo,
se mantiene en un estado de permanente movilización para la defensa de este
universo.
Herbert Marcuse
(1954) "El hombre unidimensional"
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Cuando la libertad es considerada como lo que reside en
las operaciones de la voluntad de poder, de las que el hombre es consciente
dentro de sí, entonces ya es una libertad reflejada en el mismo campo de la
autoconciencia y de ahí se transfiere fuera la libertad misma. La libertad
subjetiva, que es la piedra de toque de lo que llamamos liberalismo, no está,
sin embargo, libre del modo de ver egocéntrico del hombre mismo. La verdadera
libertad es, como observamos antes, una autonomía absoluta en el campo de la
vacuidad, donde no hay nada en qué confiar. Y esto no es distinto del hacer de
uno mismo una nada al servicio de todas las cosas; se aparta de la libertad del
existencialismo ateo expuesto por Sarte y otros.
Lo mismo se aplica a la igualdad. La verdadera igualdad
no es sencillamente una cuestión de igualdad de los derechos humanos y de
posesión de la propiedad. Esa igualdad concierne al hombre como sujeto de
deseos y derechos y se reduce, en definitiva, al modo de ser egocéntrico del
hombre mismo. Debe apartarse fundamentalmente del principio narcisista, pues
ahí siempre se hallan las raíces de la discordia y la disensión disimuladas. Por
el contrario, la verdadera igualdad tiene lugar en lo que podemos llamar un
intercambio recíproco de desigualdad absoluta, de modo que el yo y el otro
permanezcan simultáneamente en la posición de señor y siervos absolutos uno
respecto de otro. Es una igualdad en el amor.
Todo esto sólo es posible en la vacuidad. A menos que los
pensamientos y las acciones del hombre, de todos y cada uno de ellos, se sitúen
en ella, los problemas que acosan la humanidad carecerán de la menor
oportunidad de ser realmente solventados para siempre.
Keiji Nishitani
(1954)