27 de junio de 2011

A las ocho y veinticinco... ..septiembre




A las ocho y veinticinco el sol cae en la playa de Compostela. Cinco minutos más tarde ni rastro queda. Intento repetir la caída en mi mente al mismo tiempo que me vienen recuerdos del último año y medio. La noche se va cerrando y amarrándoseme al pecho. Encuadro el último año y medio pues precisamente en este tiempo se me dio el embeleso regalo de cuidar de una flor. Las atenciones merecidas han sido pocas al parecer pues recientemente se me ha negado poder olerla. Es como si por culpa de perder mi ilusión de entender las cosas en beneficio de la contemplación, se me negara el derecho a participar. Veo mi sombra en esta hoja de papel y es la sombra de un insecto panza arriba. Tal vez sea el motivo de que vea ponerse el sol cuando se cae y se me negara el regreso. En cambio soy capaz de recordar y de no arrepentirme, entonces ¿para qué hablar? Debería actuar, pero todo se repite, se repone.

A las ocho y veinticinco el sol se oculta tras una densa nube de humo en la playa de Compostela. Las formas espontaneas que sirvieron de puente para estar a la mira, todavía están presentes. No necesitamos de grandes exhibiciones para mostrar el juego, y sería monstruoso que nos costase dificultad participar de nosotros mismos, consagrarnos con inteligencia al deseo es un signo natural. Vigilar los afectos y la flor de nuestra alma, debería ser una peregrinación, algo así como la imagen de una suave orilla de una tranquila tarde de septiembre. Observar la estampa con sus venas tristes y alegres para sentir la grandiosidad de lo generoso en las cosas sencillas. Está claro que la mente es compleja. Funciona como una máquina de la verdad, un detector de mentiras. Me resulta graciosa esta ocurrencia mía.

A las ocho y veinticinco el sol cae en la playa de la Compostela. La mente está alerta para escuchar al corazón, y de sus formas adivinar el engaño. Aunque sencillamente a mi me trae al pairo mi mente, no se adapta a bolas de cristal. No son pocas las veces que la arengo por no someterse a las riendas del corazón. Es tu jefa le digo. Y ella se echa a llorar pues no entiende la orden que le retrotrae al  sistema hipo-mamilo-talámico el gusto de  bombones de licor de mandarina.


 Blow-up - Antonioni (Yardbirds Scene)



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2 comentarios:

  1. Lindo texto, pero he de reprenderte ¿no tendrás tú hermosas fotografías del sol cayendose en la Playa de Compostela???? Vamos, dale, una fotografía como aderezo al texto!!! Hay algo romántico, como de olas que rompen en las rocas, en ese oficio de jardinero. Si la flor es la que yo pienso, es de aquellas que a veces, a pesar de los esfuerzos, se nos sustrae. Lo bueno del jardinero es que tiene destreza y amor por el oficio como hacer que nuevas flores se abran con la misma o mayor belleza.
    Besitos

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  2. Buscaré alguna instantánea entonces. Muchas veces esa playa nada hermosa en verano ha echo que mis manos de jardinero encontraran su ritmo.

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