Tomar compromiso. Habitar
el lenguaje. Esta noche, las palabras, el aire, la esquina de una hoja de un
libro doblada. El pasado año empecé este libro de Maillard
que todavía leo como la primera vez. Un libro que deja de ser libro.
Se desmineraliza como espada
de agua
que atraviesa mi espalda
y me sumerge
en una resonancia que cae
del ojo.
Tomar compromiso. Habitar
el lenguaje. Explorar cada veta de su quiebra. Seguir la cita que está en
juicio y fuera del juicio, seguir la cita en clausura. Un núcleo siempre será
movimiento, germen intervalado
al reflejo, danza astillada de un océano oxidado. Es hora de volver a echar al
mar los grandes barcos de madera. Calcinar hasta la última espiga. Sin embargo
robarle a dios el fuego significa simplemente la desecación científica. Hablar
a través de la herida –recomponer la huella en la tierra que habla tu propia
huella.
CHANTAL MAILLARD
ed. pre-textos/2014
INDIA
del “Diario de Benarés”
Primero
se profieren palabras. Luego esas palabras se convierten en seres que existen y
a los que las palabras “dicen”. Después se toma partido por esos seres o por
alguno de ellos en particular en contra de los otros, y el compromiso lleva a
la discordia. Ésta es la historia de las religiones. Los pueblos se mueven, se
levantan se matan por palabras que fueron pronunciadas por alguien alguna vez y
que otros repitieron. Lo que dicen esas palabras, sin
embargo, es vacío. No tienen referente. Se dicen a sí mismas. Son el soporte de
la necesidad de creer, el anclaje de la libertad, la justificación de nuestra
dependencia
[…
]
***
[…
]
No
hay mirada que no modifique el campo del mirar.
Hay
un mirar que da, y otro que quita. El mirar que nos da es aquel que no sólo
mira lo que hacemos sino que atiende y nos acompaña. El mirar que quita es la
mirada crítica. Hace fuerza al que mira al tiempo que nos despoja de nuestra
fuerza. Nos disminuye. Sufrimos entonces algo parecido a un desahucio. El
cuerpo queda como una cáscara, vaciado el dentro, abducido por la mirada ajena.
Si el núcleo no es resistente nos sentimos “perdidos”. Las opiniones fuertes
acerca de uno mismo y del mundo hacen las veces de escudo. Preservan. El
egoísmo es una defensa eficaz. Se confunde con ello fácilmente con el núcleo.
Pero el núcleo no es eso, no es el mí. El núcleo es la energía neutra,
sin juicios, sin opiniones: “pura”. El núcleo es la condensación de la energía,
consciente a otro nivel, autoconsciente. Esa energía mínima, centro, diosa
interior o alma por lo general tan oculta, a pesar de lo extremadamente porosa
que es la membrana que protege su acceso, no se inmuta. No le daña el mirar
ajeno porque ve en quien mira lo que su mirar oculta. Percibe la tristeza
tranquila de aquellos puntos o núcleos que no lograron madurar, que apenas
palpitan, que a veces se extinguen. Percibe la quietud del fuego apagado, su
ceniza, o a veces el rescoldo que aún espera ser reanimado. En el mirar que
hiere y se adueña de su presa, ella ve cómo la energía-ego se tensa para
alimentarse; en la presa que se debate y responde, ve cómo se apropia de sí
misma y engorda; entre las fuerzas de quien mira y quien es mirado, ve cómo va
trazándose el puente y cómo se entabla el pulso.
Los
búfalos miran desde su centro. La calma
del núcleo se instala al tiempo que la neutralidad moral cuando miro al búfalo
mirarme.
No
proyectamos nuestra moral en los animales, no los domestiquemos, no marquemos
en su piel nuestras dicotomías. La moral es el convenio que regula las
relaciones periféricas: las del mí.
Las relaciones nucleares son del ethos. La
ética es habitar en lo propio allí donde la fuerza se aquieta, condensada en la
no-diferencia.
¿Qué
es lo que de mí puede ser herido por las miradas? Aquello vulnerable que no
pertenece al núcleo, aquello que pertenece al mí. El mí es lo inestable que recubre el núcleo. Materia de
intercambio. De fusión a veces (en el amor). El núcleo está a salvo. Las
heridas son agujeros en las capas intermedias, desgarros en la superficie,
mordeduras, absorción. Intercambios, al fin y al cabo.
Dar,
antes de exponerse a la absorción: evitar la violencia de aquel que necesita
reforzar sus murallas, las capas múltiples que protegen su núcleo y lo recubren
como la grasa al hueso y el hueso al tuétano.
hipnótica y navegante mirada que pone en ebullición los extremos del movimiento, tal vez esa patria de las palabras, en algún momento, es su propio desencanto y hasta dónde nos empujan cuando ya no podemos tenerlas... ni ellas decir un nombre que se quede....
ResponderEliminarvenir a tu lugar siempre es ir más lejos.... y cruzarse hacia dentro ese rubor que no cesa...
a veces se nos abrevia el lenguaje sin la precisión/presencia de una música, un movimiento, la destreza de una cesura, las palabras de Maillard son aquí río, cifra, constantia, pero como nacimiento siempre, obturación de manantial, descifrar a través de la división, de ahí la atracción del núcleo aquí en sendas riderianas, morada del compromiso desde/en la palabra de mujeres tan increíbles,
Eliminarun abrazo Mareva, vivimos en un presente que parece ser también constante en esta patología de la barbarie, de la no libertad. de la alienación de todos los medios. De tecnologías infantiles. Pero bueno. gracias por pasar por sendas riderianas, pronto traeré unos poemas.
salud y libertad